Libertinaje en la palabra

Que el derecho a la libertad de expresión me pille confesada pero no todo lo que se piensa y se dice está cubierto por ese paraguas. Hay que decir más que no todo vale. Cada día, en todos los soportes pero sobre todo en internet, veo perpleja auténticas barbaridades. Estamos llegando al punto de normalizar la discusión hasta el encarnizamiento. Se intenta despedazar al opositor en cualquier tema: género, ideología, religión… Cualquier excusa es buena para acusar al otro de sospechoso por no pensar igual que nosotros y de buscar culpables para todos los males de este mundo.

Lo peor ya no es la falta de rigor y empatía en los intercambios de ideas, es la temeridad con la que se promulgan según qué argumentos a su vez leídos u escuchados de otra fuente tan o peor desinformada que nosotros. Ay, la desinformación. El momento histórico en el que más fácil lo tenemos para obtener los máximos detalles posibles sobre lo que nos interesa y contrastarlos hasta la extenuación y nos quedamos con cuatro bobadas que hemos visto publicadas en una red social. Porque sí, hemos pasado trístemente del “lo ha dicho la tele” al “lo he leído en Facebook-Twitter”. Así hemos llegado a teorías prácticamente irrebatibles como que los catalanes son todos separatistas del Estado, las mujeres unas feminazis, los musulmanes terroristas del ISIS, los negros inmigrantes sin papeles que han llegado en pateras para quitarnos el trabajo y los políticos corruptos. Puro libertinaje en la palabra.

Nos pasamos el día quejándonos de que nos engañan y en realidad no somos capaces de ver que no hay nada peor que engañarnos a nosotros mismos. Abrid los ojos, otras pestañas en el buscador con otros medios en los que no soléis entrar, leed lo opuesto a lo que pensáis, hablad con quien nunca cruzaríais una palabra, tratad de comprender por qué el otro piensa diferente y dejad de daros golpes en vuestra propia cabeza contra la pared que ya empezamos a caminar todos por la calle con un par de chichones de más.