Todas las mañanas mientras realizo un breve recorrido en automóvil de casa al periódico miro, con curiosidad, las colas de personas a las puertas del Ecyl, más comúnmente llamadas del paro. Un estremecimiento me sobrecoge porque uno, a pesar de tener una carrera laboral digna, en alguna ocasión ha probado el sabor de la travesía en el desierto. Advierto que en estos últimos meses en la larga fila las personas de color y de países latinos han aumentado su número, y por tanto, sus respectivas demandas de empleo o de algún tipo de subsidio.
Asistí al alumbramiento del Comedor Social de la Parroquia de la Virgen de la Encina con entusiasmo y regocijo, el mismo que su mentor, Antolín de Cela, depositó con todo su equipo en hacer realidad este servicio. Los turnos de comidas y cenas se han duplicado, así como aumentado la demanda de usuarios que se llevan su comida a casa, son los «pobres vergonzantes», me dicen, los que siendo personas normales, como las que cualquiera se puede cruzar en el portal o en la calle, de repente han visto que no les llega para el recibo de la luz o para, simplemente, comer.
Hay otras colas menos dramáticas. De acuerdo. Pero vienen también propiciadas por un mal, el maldito coronavirus. De repente, el servicio de Correos cuenta con unas colas matinales que rodean casi la manzana. Allí, impasibles bajo la lluvia, la niebla o cualquier inclemencia climática, esperan en una larga cola que se hace eterna en el mundo de las prisas, internet y la velocidad de la vida invadida por la tecnología.
Una de las colas, que me indigna como ciudadano tanto como «las del hambre», son las colas en los bancos. De niños nos enseñaron a ahorrar, a tener una libreta infantil a plazo fijo que cuando te hacías universitario se había convertido en un pequeño capital. Ahora los bancos no sólo te cobran por hacer negocios al otro lado del planeta con tu propio dinero; si no que obligan a personas mayores a usar los cajeros y las apps para los iphones y androis, así como todo el entramado de contraseñas y claves que deben memorizar. Y no digo más.
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