César Combarros Viernes noche. Un espectador cualquiera llega al Centro Cultural Miguel Delibes en Valladolid, entrega su localidad y se aposenta en su butaca del Auditorio. La música de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León comienza a fluir, y durante cerca de dos horas el público que semanalmente abarrota el recinto desconecta de sus vidas cotidianas, para viajar de la mano de las notas creadas por los más grandes compositores de todos los tiempos.
Esta temporada la OSCyL celebra sus bodas de plata, pero pocos de sus fieles espectadores son conscientes del ingente trabajo que hay detrás de cada concierto, de cada programa que los 83 músicos del conjunto ejecutan con perfección, sorteando las dificultades inherentes a un arte tan complejo como el de la música sinfónica.
Uno, dos o hasta tres años antes de que arranque cada concierto, según el caso, la maquinaria preparativa ha comenzado su silencioso trabajo. El tarraconense Jordi Gimeno, director artístico y técnico, es el encargado de confeccionar la programación con el reto de “buscar un equilibrio que guste a cuantos más espectadores, mejor”. Así lo apunta en declaraciones a Ical mientras ya está cerrando fechas de actuaciones para la temporada 2019-2020.
Para lograr una programación “ecléctica”, rigurosa y de calidad, Gimeno asegura que es preciso tener en cuenta el recorrido histórico de la propia Orquesta, intentando introducir, junto a piezas clave de la historia de la música, “repertorio nuevo” y “ser una buena plataforma para la nueva creación”. “No hay que abusar del mismo repertorio, pero tampoco puedes renovar todo porque perderías el interés de tu público más fiel”, argumenta.
En cuanto a las batutas, Gimeno explica que ceden de forma alternativa la dirección de la Orquesta a “jóvenes directores con proyección internacional” y a “directores consolidados” de talla mundial. “A veces primero eliges el repertorio y luego el director y el solista; a veces primero va el director, a veces va primero el solista… Al final es un puzle, unas piezas a las que tienes que dar un discurso”, destaca.
Gimeno, que llegó a la OSCyL hace quince años como solista de segundos violines, y que consiguió su plaza como músico en la temporada 2002-2003 (en 2010 fue nombrado responsable del área socioeducativa, en 2012 coordinador artístico y a finales de 2013 director técnico de la Orquesta), asegura guiarse “mucho” de su “instinto” y “experiencia como violinista profesional” a la hora de programar.
El equilibrio perfecto
En la búsqueda de ese equilibrio perfecto, confiesa que le gusta mucho tener en cuanto las opiniones de los profesionales que tiene a su alrededor, especialmente del director titular, Andrew Gourlay, el director emérito, Jesús López Cobos, o el director principal invitado, Eliahu Inbal. Los tres, juntos, conforman una combinación donde “las ganas de crecer y la frescura de Gourlay” se conjugan con “la voz de la experiencia, que es fundamental para avanzar”, de los otros dos. “Luego las decisiones las tomo yo y asumo la responsabilidad, pero me gusta mucho preguntar”, reconoce.
El director titular, Andrew Gourlay, destaca a Ical que “cada programa supone hacer un ejercicio de equilibrio entre numerosas variantes”, entre las que cita la última vez que la OSCyL tocó una pieza concreta, los gustos del público y de la propia Orquesta, y cómo completa el resto de conciertos programados en una misma temporada. El director principal señala también que es preciso contemplar “los tiempos de ensayo disponible, en función de la dificultad que conllevan obras concretas, así como los problemas de financiación que puede suponer tener que contratar varios solistas o a numerosos músicos extra para un concierto”.
Ese último caso fue el de la reciente ‘Sinfonía Alpina’ de Strauss, interpretada por la OSCyL los días 16 y 17 de diciembre con López Cobos a la batuta. Para ejecutar esa pieza, la Orquesta tuvo que expandirse con un tercio más de su techo habitual de integrantes, hasta los 110. Aquella memorable velada, que comenzó con la ejecución de ‘La mañana’ de Haydn a cargo de poco más de veinte músicos, culminó con una plantilla orquestal gigantesca que incluía órgano, una máquina de viento y una máquina de truenos y cencerros.
“Con la elección de ese programa buscaba poner en evidencia la evolución que disfrutó la música clásica y la sinfonía en particular desde la época de Haydn, a quien se considera el padre de la sinfonía, hasta el siglo XX, con Strauss y los que vinieron después, Mahler y Shostakovich. El contraste entre ambas piezas para el público es enorme incluso visualmente”, destaca a Ical López Cobos, que subraya que las sinfonías “a gran escala” como la ‘Alpina’ “son importantes para la evolución de la Orquesta, que puede hacer “acopio de experiencia” con obras complicadas de repertorio, que “siempre son un reto”.
Esa fue la primera vez que la OSCyL abordaba la ‘Sinfonía Alpina’, “una obra complicada también desde el punto de vista crematístico, porque hay muchísimos músicos”, en palabras del toresano. “Ahora, con motivo del 25 aniversario, se presentó la ocasión de hacerla y decidimos afrontarla”, resume.
Cuestionados sobre los criterios a la hora de combinar piezas diferentes en un mismo programa, Gimeno asegura que “a veces no es necesario que tengan un hilo conductor”, puesto que, en su opinión, “que no tengan nada que ver a veces también aporta riqueza al espectador”. Al respecto, Gourlay señala que “podría dar una respuesta diferente para cada concierto”, ya que a veces apuesta por obras del mismo compositor y en otras ocasiones busca creaciones que estén en “total contraste entre sí”. “Lo fundamental es que el programa resultante suene ‘correcto’. Es difícil de describir… lo importante es que tengas la sensación de que el concierto fluirá como es debido”, apunta.
En cuanto a la elección de los solistas, Gimeno considera que “el modelo de solista director concertino aporta riqueza a la agrupación y al público, mientras que López Cobos confiesa que antes de confeccionar el programa le gusta saber si va a contar con un solista y qué piezas ejecutará. Gourlay, por su parte, señala que si el concierto se ofrecerá en los tres próximos años muchos de los mejores solistas del mundo pueden tener ya su agenda completa”, aunque reconoce que “hay muchos solistas maravillosos para elegir”. “Si ya hemos decidido el repertorio, simplemente se trata de intentar acoplar la persona que ofrecerá la mejor interpretación posible”, si bien los prohibitivos sueldos de algunos obligan a “repartir el presupuesto disponible” mediante “una combinación de los mejores artistas del mundo con artistas menos famosos que son brillantes en nuestro repertorio, jóvenes artistas que suben rápido a la fama y una serie de conciertos sin solistas”.
La labor silenciosa
Una vez está configurada la programación, entran en escena dos personas clave en el día a día de la Orquesta: el jefe de producción, Juan Aguirre, y el archivero de la OSCyL, Julio García Merino. Nacido en Segovia y formado en Valladolid, donde empezó a trabajar en el departamento de Musicología de la Universidad, Aguirre es quien controla “todo lo que hay alrededor de cada concierto”, desde el contacto con los directores y solistas invitados para gestionar sus traslados, estancias y agendas, hasta cubrir todas las necesidades de los músicos y gestionar los viajes, hoteles, camiones, aviones o dietas de los 83 integrantes de la OSCyL.
“He llegado a tener una máquina de tickets de carnicería en la oficina, para dar la vez a los que quieren resolver alguna gestión”, bromea con una sonrisa. Él se ocupa también de controlar el complejo sistema de rotaciones de los músicos sobre el escenario (en la sección de cuerdas, por ejemplo, el 95 por ciento de los músicos rota en cada concierto, y en función del lugar que ocupan su retribución es diferente), y de gestionar las necesidades de alquiler de instrumentos especiales o los recambios y reparaciones que los músicos de plantilla precisan para sus instrumentos.
Aguirre, que estos días está preparando un programa de diciembre de 2017, comienza a trabajar en el momento en que Gimeno decide un programa y se lo comunica. “En ese instante me tengo que poner en contacto con el director o con el solista para analizar sus necesidades y concretar el plan de trabajo para esa actuación”, relata.
Además, cada año, sobre el mes de mayo, procura tener preparado el plan de trabajo que los músicos seguirán la siguiente temporada, donde se recogen los horarios de ensayo y de conciertos para todo el ejercicio. “La Orquesta tiene un convenio, que contempla el número de servicios semanales que pueden hacer. Intentamos que el plan de trabajo sea lo más parecido posible todas las semanas. El régimen que más nos gusta a todos y el que mejor funciona es: lunes, martes y miércoles, ensayos de 10 a 14.00 horas, jueves ensayo general de 10 a 12.30 y concierto, y viernes concierto. Pero eso, de 42 programas diferentes al año que suele interpretar la Orquesta, apenas lo puedes llevar a la práctica en diez. A veces necesitas ensayos mañana y tarde; si tienes el primer concierto el sábado eso te obliga a descansar domingo y lunes; hay semanas con audiciones o grabaciones… Y te toca adaptarte”, explica.
Cuando se decide un programa, otro profesional que entra en escena de forma inmediata es Julio García Merino, el archivero, vallisoletano de origen y una de las personas que más tiempo lleva con la formación, ya que se incorporó en la segunda temporada de la Orquesta. Él se ocupa de comprobar cuáles de las partituras que se tocarán son de dominio público y cuáles están sujetas a derechos de alquiler, para seguir el procedimiento adecuado a cada caso. Si la obra es de dominio público y no se ha tocado anteriormente por la OSCyL, García Merino tramita la compra de las partituras en una tienda especializada de Granada, tras chequear las distintas versiones que pueden existir.
En el caso de las piezas más recientes, que están sujetas a derechos de alquiler, son dos las empresas en Madrid que gestionan la representación de la gran mayoría de las editoriales musicales occidentales, y es con ellas con quienes contacta el archivero, para tener a disposición de los músicos el material que necesitarán más adelante.
“Según el convenio, los músicos tienen que poder contar con las partituras al menos quince días antes del primer ensayo, para poder estudiarlas con la debida antelación. Yo intento tenerlas listas con dos meses de antelación, aunque no siempre es posible porque a veces no te las sirven. Si se trata de una partitura especialmente compleja o difícil de interpretar, como podrían ser Strauss o Bartók, te toca andar rogando y suplicando que te la envíen cuanto antes, porque los músicos las necesitan”, relata.
Una vez las partituras llegan a su poder, tras la firma del pertinente contrato, le toca revisarlas por secciones, chequear su estado general y la cantidad de anotaciones que incluyen. “Uno de los problemas que tiene el alquiler de partituras es que normalmente han pasado por las manos de muchas orquestas. A veces llegan en mal estado o vienen muy marcadas, con anotaciones a lápiz. En ocasiones, sobre todo en la sección de cuerda, que es la que más indicaciones incluye, los arcos son diferentes en el primer atril y en el segundo. Con la experiencia de estos años, lo que hago al recibir material de alquiler muy marcado es coger siempre el primer atril de violín primero, violín segundo, viola, violonchelo y contrabajo, lo limpio, lo borro, hago una fotocopia lo más clara posible y vuelvo a poner las indicaciones básicas, sobre todo de arcos, para que todos los músicos sepan cómo debe ser su interpretación”, resume.
La perfecta ejecución
Cuando las partituras ya están listas llega el turno de los propios músicos, que inician su proceso de diálogo, comprensión, aprendizaje y ejecución de las obras elegidas. Dos de los profesionales más veteranos de la Orquesta son la belga Anneleen van den Broeck (violín segundo) y el alicantino José Lanuza (flauta), con 20 y 25 años respectivamente en la formación, y símbolo de la perfecta comunión entre profesionales españoles y extranjeros que preside la OSCyL desde su creación.
Lanuza explica que la rutina de ensayos “depende mucho del programa”, ya que “hay obras de repertorio que hemos tocado muchas veces y que con mirártelas una semana antes es suficiente”, mientras que “otras son mucho más difíciles y necesitas estudiar y trabajarlas más”, completa Anneleen.
Con una sonora carcajada y la exclamación “¡Siempre!” recibe la violinista belga la pregunta de si en ocasiones tienen que llevarse los ensayos a casa, mientras su compañero recalca que “aquí al primer ensayo hay que venir ya preparado, con la partitura sabida”. “Es una profesión que engaña”, asiente Anneleen, “la gente piensa que no trabajamos, pero no es así. Hay gente que piensa que tocar música es como escuchar la radio, que aprietas el botón y suena, pero no”, completa antes de que Lanuza prosiga: “Normalmente cuando conoces a gente y empiezan a ver qué rutina diaria tienes, alucinan, porque creen que sólo venimos a los conciertos, pero estamos aquí cada día”.
Los dos coinciden en subrayar el importante crecimiento que ha tenido la formación desde que se incorporaron: “La Orquesta ha ido ganando peso específico en todos los ámbitos. Ha crecido el nombre de los directores que vienen, de los solistas que nos han acompañado…”, explica Lanuza, ante lo cual Anneleen prosigue: “Hemos tenido gente muy buena, top, números 1 a nivel mundial, nombres muy grandes también de solistas. Otras orquestas de Europa están celosas de verdad. Al hablar con colegas que tenemos en otros países, miran nuestro programa y dicen: ‘Jo, cómo me gustaría estar ahí’”.
Sobre la posibilidad de que un trabajo artístico como el suyo se convierte en algo rutinario tras tantos años, Anneleen bromea diciendo que la rutina sólo aparece “cuando llega un muy mal director”. “Los músicos intentamos crecer todos los días. Cuando viene un director con el que sentimos que no estamos aprovechando la experiencia, queremos más”, refrenda Lanuza. “Cuando surge un problema durante un concierto la culpa nunca es del director, es de la Orquesta, aunque la gente muchas veces no sabe que es la Orquesta quien ha salvado el pellejo al director”, desliza la violinista.
Tras recalcar el “bienestar Social” que aportan a los ciudadanos de Castilla y León, y el carácter “terapéutico” de la música, ambos coinciden en que la formación es “casi una familia”. “Nos conocemos mucho, ya sabemos cómo somos la mayoría”, explica Lanuza antes de añadir que “vas acoplándote poco a poco y al final funciona como un todo, como un ente único”. “Para mí, lo más bonito del mundo de la música es el elemento social de poder tocar junto con otra gente. Cuando las piezas encajan y hay buena química, el resultado es pura magia”, concluye Anneleen.