Lamento el fallecimiento de Manuel Rodríguez Barrero, el zar rojo de Laciana. Todo un personaje de la política leonesa de los años ochenta y noventa. Cuando le conocí allá por los inicios de los ochenta aún tenía la aureola de la clandestinidad comunista en los durísimos años del franquismo. Había sido un activista comunista en la oposición en el exterior. Vino de Francia y desembarcó en la entonces roja Laciana, comarca de mineros postrevolucionarios, pero comprometidos con la izquierda. Aportó el mensaje del eurocomunismo. Luego, años más tarde, los vientos del cambio lo fueron zarandeando como una cometa sin rumbo político. Fue un triste final para un político de raza.
Lamento que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no haya venido hoy a la capital leonesa a presidir un mitin de precampaña. Hay remolinos bajo las aparentemente aguas tranquilas de la superficie del PSOE leonés. Sánchez quiere asegurarse un futuro grupo parlamentario fiel, conformado a su imagen, con colaboradores leales dispuestos a trabajar bajo un programa claro y definido. Hay tantas cosas por hacer que no quiere destinar activos de ningún tipo a vigilar posibles conspiraciones. Sánchez quiere que los cabezas de lista de las candidaturas socialistas de las provincias sean personas de su confianza. Los Estatutos del partido le confieren ese privilegio. En Andalucía le ha costado una dura negociación con Susana Díaz. En León no ha habido lugar al diálogo. Los viejos zapateristas han empujado a Cendón a la confrontación con la Federal. Podrá ganar o perder, pero el daño ya está hecho, gane quien gane. No está el PSOE para derrochar oportunidades y este 28 de abril es una de esas oportunidades históricas que no se pueden perder por desavenencias internas, personalismos, egos, revanchas o ajustes de cuentas.
Lamento el ostracismo del viejo profesor Sosa Wagner, quien acaba de publicar su última novela/ensayo, una ácida crítica hacia los gestores de la Universidad española. Pocos leoneses como este veterano profesor han sido determinantes en la conformación de la España de las autonomías -de la mano de Enterría-, hoy tan en actualidad, tan polémica, tan cuestionada. Sosa vio venir el tsunami independentista. Íntimo amigo de Alberto Boadella, ha sido testigo de la progresiva quiebra de la convivencia ciudadana en Cataluña, una sociedad cada vez más dividida en dos bandos irreconciliables. Lo ha dicho en una entrevista en la nueva televisión de León, la 9 TV: “Cataluña acabará con la democracia en España”. Ojalá no se cumpla tan tremendo presagio.
Lamento, sin abandonar la Universidad, que la ex vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, en su conferencia de la pasada semana en León sobre los riesgos de la democracia española no abordase el problema catalán, como si el creciente sentimiento secesionista de muchos catalanes no fuese un riesgo y hasta una amenaza para la democracia española. Sáenz de Santamaría, no se olvide, fue la delegada por Rajoy para reconducir la crisis catalana y evitar el remedo de referéndum del 1 de octubre. Horas antes de llegar a León había declarado como testigo en el juicio del Supremo contra el Proces y días después anunció su abandono definitivo de la política y su pase a la actividad privada en un despacho de abogados de origen catalán. Vaivenes de la vida.
Y no lamento que la democracia interna haya prevalecido y se haya hecho justicia echando abajo las oportunistas e interesadas pretensiones de la ciudadana tránsfuga Silvia Clemente. Así no se hace ni la revolución y ni mucho menos la renovación tan necesaria en la política de esta Comunidad y de toda España. No lo lamento.