R. Travesí Elena Martín, de 16 años, abandona la sala comunitaria de la Residencia Nuestra Señora del Carmen en Valladolid, no sin antes despedirse y dar un beso a María Luisa de la Fuente. No es su abuela pero como si lo fuera porque todos los viernes acude a este centro a hacer compañía a personas mayores residentes sin familia. Se trata de un programa intergeneracional de la Asociación Prados Apadrinar un abuelo’, que busca que los ancianos se sientan acompañados y queridos. Es algo que agradece María Luisa, de 83 años y con alzheimer. “Estas chicas son majísimas y muy cariñosas. Me encanta gente así porque nos da la vida y nos distraen durante un rato. A ver si vienen a verme al pueblo -Villafuerte de Esgueva- en verano que las invito a merendar”, apunta. Elena y sus amigas se han convertido, casi por casualidad, en la alegría semanal del centro.
Pepi Moro, salmantina de 58 años, es voluntaria de Cruz Roja en el programa de acompañamiento de mayores y visita a Asunción Palomero, de 94, en su domicilio de Salamanca. Pese a su avanzada edad, Asunción es perfectamente válida para cocinar y hacer las tareas de casa pero sufre la enfermedad de la soledad. “Por la noche, tras cenar, me siento sola”, confiesa. Es viuda desde hace una década y sus hijas viven en Barcelona y La Coruña, por lo que Pepi se convierte desde hace cuatro años en su mayor compañía. “Sin ella no soy nadie porque hablamos de todo y me ayuda mucho porque me acompaña a las consultas de los especialistas en el hospital y, sobre todo, me entretiene una tarde a la semana”, apunta a la Agencia Ical.
La soledad es ya un problema de magnitud, cada vez más frecuente y que irá en aumento con el tiempo, sobre todo en territorios como Castilla y León. La última Encuesta Continua de los Hogares (ECH), que elabora el Instituto Nacional de Estadística (INE), constató que 139.200 personas mayores de 65 años viven solas en la Comunidad, de las que el 70 por ciento es mujer. Hace cuatro años, eran 135.100 y todo hace indicar que esta cifra aumentará, por la elevada esperanza de vida. No en vano, la región tiene una de las esperanzas más altas del mundo (85,4 años para mujeres y 79,9 para hombres) mientras que hay un evidente sobreenvejecimiento (el 38 por ciento de los mayores tiene más de 80 años).
El fenómeno se ha convertido en un problema para las personas mayores pero también para la sociedad. Ante este panorama, no es de extrañar que algunos gobiernos se hayan tomado en serio este tema. Es el caso del Reino Unido que a principios de año creó una Secretaría de Estado contra la Soledad al considerar que es un asunto de salud pública, que incide en la mortalidad de los británicos. Los estudios de ese país calculan que el 75 por ciento de los ancianos vive solo y 200.000 de ellos pueden pasar un mes sin mantener una conversación con un amigo o familiar. Los expertos alertan que la soledad, entendida como aislamiento social, puede ser una amenaza mayor para la salud que la obesidad y el tabaco y un reto para las políticas públicas de dependencia. Todo apunta a una epidemia, la epidemia de la soledad.
Futuro del voluntariado
El papel del voluntario, como el que encarnan Elena y Pepi en Castilla y León, es fundamental para vencer a un drama al que se enfrentan, de manera silenciosa, las personas mayores. Una soledad que se acrecienta en el medio rural, que tanto abunda en la Comunidad. Hay instituciones que tratan de dar pasos ante lo que les viene encima. La Diputación de Valladolid puso en marcha en 2017 el proyecto ‘ConVIVE’, destinado a personas en edad avanzada que viven en los pueblos de la provincia. Una de las iniciativas más curiosas fue invitar, de forma gratuita, a vecinos que viven solos a residencias de su entorno para pasar en compañía fechas tan señaladas como el día de Nochebuena, Nochevieja y Año Nuevo.
La experiencia fue satisfactoria porque 13 residencias de la provincia ofrecieron 40 comidas/cenas e incluso dos centros invitaron a los mayores a pernoctar esos días. Al final, participaron tres hombres.
La educadora social del Carmen, Sara Gómez, asegura a Ical que algunos ancianos reconocen que están solos y otros no, pese a que no tienen a nadie o confían en que un familiar les visite algún día. De ahí que apunte que el encuentro con los jóvenes voluntarios es “como agua de mayo” porque saben que es “su rato y las propias residentes se enorgullecen porque vienen a verlas a ellas”. Además, ha constatado que el carácter de algunas de estas personas ha mejorado tras el contacto con las chicas.
Gómez recuerda que los trabajadores del centro realizan varios talleres y actividades con los residentes pero priman las rutinas. De ahí que estos momentos sean especialmente valorados por las ancianas. Además, destaca el vínculo que se crea entre las personas mayores y los jóvenes. Una de las voluntarias de Prados Pilar Revilla, que acompaña a las chicas durante el encuentro, coincide en esta idea al valorar que “son únicas para alguien”. Además, señala que las chicas “se llevan mucho de estas visitas como valores y experiencias” porque reciben más que dan.
Lo corrobora Elena al manifestar que las residentes les cuentan su vida, dónde trabajaron, el cuidado de los animales en el pueblo o la matanza. “Al principio, era difícil porque nos preguntaban quiénes éramos y de dónde habíamos salido pero ahora es más sencillo y tenemos más seguridad”, apunta. Tanta que no dudan en aminar a María Luisa cuando se emociona y recuerda el fallecimiento de su marido. “Hay que seguir adelante. Lo has hecho muy bien”, expresa Clara de Antonio, de 14 años.
Pilar Rodríguez, de 72 años, agradece que las voluntarias de Prados le den un paseo con su silla de ruedas. “Alegran mucho la residencia. Lástima que no vengan más tiempo”, reconoce. Su compañera de residencia, María Concepción Díez, ‘Marichu’, apenas habla a sus 84 años pero agradece con la mirada las caricias y los abrazos que le brindan las jóvenes. “Hay días es que es imposible mantener una conversación pero nosotras no paramos de hablar y de preguntarles cosas. Creo que lo más importante es que sientan que tienen compañía”, añade Marta.
En cambio, la salmantina Asunción Palomero goza de salud y una buena cabeza pero la muerte de su marido hace diez años supuso un enorme vacío difícil de llenar. Pese a todo, no se le pasó por la cabeza ir a una residencia porque tenía decidido que continuaría en su casa aunque sus familiares cercanos le propusieron contratar el servicio de teleasistencia, a través de Cruz Roja que atiende a 20.330 personas en la Comunidad. Posteriormente, la propia ONG le ofreció la posibilidad de entrar en el programa de Ayuda a Domicilio Complementaria.
“Tener alguien cerca”
Asunción recuerda que, al principio, eran voluntarios varones aunque luego le asignaron a Ani y Pepi, con quien la complicidad salta a la vista. Tal vez, influye su experiencia anterior como trabajadora en una residencia de mayores. La voluntaria comparte cada semana dos horas de su vida con la anciana, mientras degustan un flan casero que elabora para esa tarde, pero también hablan por teléfono a menudo. “Es importante poder tener alguien cerca a quien llamar ante cualquier problema o simplemente saber que hay una persona al otro lado. Hay cosas que hablo con Pepi que no comento con mis hijas para no preocuparlas”, explica.
Además, considera que es algo que da “mucha tranquilidad” a sus hijas que están a cientos de kilómetros de ella. No en vano, Pepi las telefonea para dar detalles tras acompañar a su madre a las consultas médicas. “Tengo más confianza y seguridad con Pepi que con mis propias hermanas que viven en Salamanca, así que cuando no viene una semana lo siento en el alma pero soy consciente que hay personas más necesitadas que yo”, confiesa Asunción.
La voluntaria asegura que las visitas a las 11 personas mayores que tiene asignadas le aportan mucho, de los que aprende, recibe cariño y establece vínculos, sin olvidar la importante labor que realiza para combatir la soledad. El programa de Ayuda a Domicilio de Cruz Roja benefició el año pasado a cerca de 4.000 mayores de Castilla y León, con 25.700 intervenciones que prestan 932 voluntarios, con un perfil muy variopinto que va desde universitarios, trabajadores hasta amas de casa, desempleados pasando por recién jubilados que desean seguir activos.
El responsable del Proyecto de Mayores en Cruz Roja Salamanca, Rubén García, afirma que la entidad organiza numerosos talleres, charlas y encuentros entre mayores con el objetivo de que tengan relaciones interpersonales. “Es clave que salgan de casa y fomenten las relaciones sociales y el encuentro con otros, aunque somos conscientes que les cuesta porque son de otra generación más introvertida y reservada”, precisa.
Cuesta creerlo porque, tras hora y media de charla amigable y comunicarles que se nos hace tarde, pregunta cómo nos vamos tan pronto. “Qué pena porque las visitas me alegran mucho”, cuenta.
Las personas mayores siempre han sido uno de los colectivos más cuidados por la entidad. De ahí los datos porque proyectos como Ayuda Complementaria, Promoción del envejecimiento saludable, red social para personas mayores (Enréd@ate), localización de personas con deterioro cognitivo atienden a unos 27.000 mayores en la región, con más de 661.000 intervenciones.
Solos en domicilios
La educadora social de la residencia del Carmen menciona otro colectivo, el de los mayores que viven solos en sus domicilios. “Hay muchos ancianos encerrados en sí mismos que no tienen relación con nadie, ni familia ni vecinos. Incluso, algunos se mueren solos, algo que no deberían permitir las administraciones”, asevera.
Las administraciones se ven desbordadas ante tantos ancianos que viven solos –no por deseo- y comprueban que es un problema que va en aumento. De ahí que el papel del voluntariado sea fundamental. Lo saben Sofía Domenech y María Olea, de 15 años, al comentar que las mujeres mayores de la residencia agradecen que les hagan compañía durante una hora. Además, reconocen que es “otra manera de aprovechar el fin de semana”, consideran este grupo de chicas que estudian tercero y cuarto de la ESO y Bachillerato aunque hay alguna universitaria. Elena añade que el voluntariado destierra la idea de que los jóvenes son insolidarios y demuestra que “pensamos en los demás”.
La Diputación de Valladolid califica la soledad como un “problema personal” para alrededor de la décima parte del colectivo de mayores, lo que puede provocar una mayor vulnerabilidad frente a situaciones de fragilidad y necesidad de ayuda.
Consciente de ello, la institución provincial puso en marcha el año pasado el ‘Proyecto conVIVE’ para analizar y reflexionar el fenómeno de la soledad en la vejez; promover actitudes de empatía y aceptación hacia los sentimientos de soledad; dar a conocer estrategias y recursos personales, sociales y comunitarios para mitigarla y ofrecer alternativas para evitar el aislamiento social, sobre todo en fechas especialmente significativas.
De ahí surgió la idea del programa del Área de Igualdad de Oportunidades y Servicios Sociales ‘Ninguna persona mayor sola en Navidad’ para que acudieran a las residencias de la provincia para estar acompañados en Nochebuena, Navidad, Nochevieja y Año Nuevo.
El diputado provincial Conrado Íscar asegura que la idea es que la iniciativa de Navidad tenga continuidad durante todo el año. Valora la respuesta “muy satisfactoria” de las residencias y la acogida inicial de los tres mayores, hombres con autonomía y de entre 60 y 70 años. Los resultados fueron dispares ya que uno de ellos –vecino de Pozaldez- expresó su “amplia satisfacción”, con el deseo de continuar con el servicio todo el año, con la posibilidad de beneficiarse de las comidas y cenas de la residencia. En cambio, otro no completó el programa y solo acudió a la cena de Nochebuena y la comida de Navidad.
Íscar destaca que ‘conVIVE’ ha logrado “visibilizar” una realidad y detectar casos concretos, además de despertar el interés de personas para ser voluntarios en esta actividad.