La obsesión por la dimisión

Se suele decir que el último en abandonar un barco que hace aguas ha de ser el capitán, pero que el primero en hacerlo es cierto roedor. Tras marear mucho la perdiz, por fin Salvador Illa deja el Ministerio de Sanidad en plena tercera ola -dijo, como F. Simón, que iba a ser suave-, pero no porque lo haya hecho rematadamente mal -no tiene razones para arrepentirse, asegura, cuando hay miles, millones de afectados-, sino para hacer -mejor, continuar- su campaña electoral. Le sustituye una ministra que tampoco sabe nada de ciencia ni de gestión de crisis, otra profesional de la política.

Para desviar la atención, los medios ‘amigos’ se dedican a vapulear y pedir dimisiones a los cargos y funcionarios que se han vacunado aprovechando los fallos del protocolo aprobado por Illa. Algunos le han echado mucha cara, es cierto, pero nadie había previsto que altos cargos que han de tomar decisiones clave en hospitales, ministerios, consejerías, fuerzas armadas, policía, altos tribunales y otros estamentos deberían vacunarse los primeros para evitar situaciones de vacío de poder en caso de emergencia o desastre, como se aconseja con la gripe habitualmente. Tampoco previeron, hasta que hubo quejas, que los odontólogos son personal de alto riesgo: intervienen a pacientes que no pueden llevar mascarilla. Incluso podría colaborar vacunando como hacen en otros países ellos y los farmacéuticos; aquí faltan manos.

Algunos políticos y tertulianos con poca visión y humanidad han exigido que no se les ponga la segunda dosis, sin pensar que eso supondría, aparte de desperdiciar la primera, perder el efecto protector para esas personas y, por ende, para la sociedad, aparte de hacerles más vulnerables incluso. ¿Dónde quedó la sensatez?

 

José-L. Herrero R.

Getxo

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