Elena F. Gordón / Ical Las Reservas Regionales de Caza son espacios que tienen la finalidad de conservar y promover determinadas especies y, logrados los niveles de densidad adecuados, aprovechar racionalmente esa riqueza cinegética “para la máxima satisfacción social y recreativa, procurando dirigir hacia las comarcas afectadas una intensa corriente dineraria que permita mejorar sus condiciones económicas y sociales”. Así lo explica la Junta, titular de esos terrenos que, en concreto, administra la Consejería de Fomento y Medio Ambiente.
La provincia de León cuenta con tres de las diez reservas de la comunidad y la de Riaño, con 78.995 hectáreas, duplica ampliamente la suma de las otras dos: Ancares Leoneses (36.342 hectáreas) y Mampodre (31.400 hectáreas). La mayor parte de su superficie, que limita con Palencia, Asturias y Cantabria, está incluida en el Parque Regional de Picos de Europa. Para atender la Reserva que dirige Juan Carlos Peral, la Consejería cuenta, sobre el terreno, con un grupo de 13 celadores medioambientales, al frente de los cuales se encuentra, como guarda mayor, Felipe Campo.
El amplio y variado catálogo de labores que desarrollan estos profesionales viene marcado por las actividades que la naturaleza marca para las distintas épocas del año y también por los imprevistos. En temporada de incendios llevan a cabo tareas de vigilancia, también son autoridad en materia de pesca aunque en esa se centran los agentes forestales. Se encargan también de elaborar los censos de las distintas especies que habitan la Reserva, como rebecos, corzos, ciervos, jabalíes, osos y cabra montés -la más cotizada-.
La caza acapara buena parte del tiempo que dedican al trabajo, poco pendientes de un horario que exceden cada día y cuyos excesos sólo resiste una vocación rotunda. Ellos son los encargados de acompañar a los cazadores en las batidas y de indicarles qué animales pueden matar. También colocan los puestos en las cacerías colectivas y se encargan, por ejemplo, de vigilar las zonas oseras para que los disparos no se hagan en lugares que puedan molestar a los plantígrados. Cuando el animal es abatido recogen muestras -pelos, sangre o parte de la mandíbula- que son remitidas al Laboratorio Agropecuario Regional de Villaquilambre. También colaboran con la Universidad de Barcelona y con la Fundación Atapuerca.
Vigilar la Reserva y revisar los daños provocados por los animales en fincas o cabañas ganaderas es otra de sus misiones. Los ataques del lobo en ganado vacuno, ovejas o caballos y las hozaduras de los jabalís en recintos particulares también les lleva muchas horas, según explica Felipe Campo. Además, como buenos conocedores de la zona, son requeridos por la Guardia Civil cuando desaparece una persona e incluso en algún rescate de montaña. Para todos estos trabajos disponen de una flota de vehículos que les gustaría renovar y de una equipación también susceptible de ser mejorada o ampliada dado el intenso uso y desgaste que hacen de la misma.
“Casi ninguno de los que estamos cumplimos un horario concreto. Es imposible, estás todo el día”, asegura, aunque añade que su equipo no escatima en dedicación, de lo que está especialmente orgulloso. Pedro Martínez, uno de los celadores, reconoce que en su destino anterior trabajaba muchas menos hora pero asegura que no lo echa de menos. El compañerismo que existe entre el grupo, subraya, es la mejor recompensa. Eso no impide que lamenten, con cierta amargura, algunas críticas que reciben.
Consecuencias de la nevada
“Es difícil conseguir que la gente dé todo de su parte sin decir que no le toca hacer eso, o que no ha descansado y aquí eso sucede; somos un poco como una familia; todo el mundo con ganas y tirando del barco hacia adelante. Lo que es duro es que cuando llevas mucho tiempo sin descansar y todo el día pendiente y haciendo cosas, encima digan que hacemos las cosas mal. Eso te machaca… con lo que estamos haciendo y que encima nos estén sacudiendo”, lamenta Campo.
Alude a las quejas surgidas en algunos pueblos de la zona a raíz de la nevada que durante semanas se vivió en las zonas montañosas de la provincia y que desembocó en la muerte de cientos de animales. Los celadores quitan los cuernos a los cadáveres con la intención de evitar el furtivismo que negaron los pedáneos de la zona, cuestionando incluso el destino de los mismos. El guarda mayor señala que la polémica ya está zanjada y explica que los cuernos se envían a León y pueden ser reclamados por las juntas vecinales .
Hasta la fecha se han localizado más de 550 animales muertos y se espera que vayan apareciendo otros tantos. Los cuerpos se trasladan, si se estima conveniente, a las zonas donde puedan servir de alimento para buitres, “que una vez que se hartan de comer necesitan espacio para volar” o donde vayan a estar los osos, a punto de salir de la hibernación, muy aficionados la carrona. “En un mes quedarán pieles y huesos”, señala Campo.
La muerte, principalmente de ciervos que todavía aparecen frecuentemente a pie de carretera en un recorrido entre Boca de Huérgano y el puerto de Pandetrave, se debe el frío y a la debilidad acumulada durante semanas de nevada. “El ciervo come mucho, pesa mucho y se clava con facilidad en la nieve. Cuando la nieve está muy apretada no consiguen caminar por ella”, resume.
La nevada, este año excepcional, les ha dado mucho trabajo y aún “queda bastante faena porque hay que trabajar con raquetas o esquís, hay mucho terreno y hay que entrar más de una vez porque todavía de un día para otro encuentras animales, todavía siguen muriendo bichos y es importante saber las bajas que tenemos”.
Con una media de metro y medio de espesor en alturas de entre 800 y 1.000 metros y mucho más a partir de ahí, muchos animales quedaron atrapados y fueron y siguen siendo víctimas del frío y de la falta de alimentos. Los celadores continúan llevando hierba a algunos puntos a los que se acercan pero para algunos ejemplares la supervivencia queda descartada. También asisten a los que se ven ‘encerrados’ por paredes de nieve formadas en la carretera tras el paso de las máquinas.
Pedro y Felipe coindicen en que lo ocurrido no puede considerarse más que una selección dura de la propia naturaleza. Lo comentan mientras, prismáticos o catalejo en mano, localizan con una pericia que causa admiración algunos ciervos, rebecos y cabra montés que pastan o reposan en una soleada jornada en montes liberados en parte de la nieve caída pero todavía con valles inaccesibles cerca ya del final de un invierno especialmente duro.
Fotos: Carlos S. Campillo