Hace casi seis meses conocíamos la historia de Elena Prieto Turienzo, una joven maragata que había decidido embarcarse en una aventura a la que muy pocos han tenido acceso: participar en una investigación internacional sobre el calentamiento del Polo Norte. Sin embargo, la pandemia que ha asolado al mundo entero ha afectado, incluso, al centenar de personas que participaban en ese momento en el proyecto MOSAiC.
La expedición de la joven bajo la empresa HeliService International, que comenzó en enero con el objetivo de averiguar cómo afectaba el cambio climático al Polo Norte, se ha extendido en el tiempo hasta alcanzar los 145 días, muchos de ellos sin ver la luz solar.
Según narraba Prieto Turienzo a Astorga Digital, además de sufrir algunos daños colaterales de la pandemia, hubo otros contratiempos. “Nos embarcamos en el rompehielos ruso Kapitan Dranitsyn, en el cual permanecimos cinco semanas hasta que alcanzamos Polarstern, todo ese tiempo en absoluta oscuridad. Se esperaba que el trayecto durara solo tres semanas, pero la condición del hielo -muy grueso y las placas muy dinámicas- hicieron que fuera muy difícil avanzar”, narraba la maragata.
A su llegada al pequeño territorio ártico comenzaron a trabajar para recolectar la máxima información posible. Fue en ese momento cuando empezaron a ver las primeras luces en el horizonte, después de 52 días sin ver el sol. “Las vistas para nada parecían de este mundo, parecían sacadas de alguna película… y aunque podamos mostrar fotos de ese momento, solo los privilegiados que estuvimos ahí pudimos apreciar realmente la belleza del ártico” comentaba la joven.
A las pocas semanas las placas de hielo comenzaron a abrirse y cerrarse, a veces en cuestión de minutos, por lo que se convirtió en frecuente volar para rescatar instrumentos que corrían peligro, llegando incluso a trasladar un campamento “porque corría el riesgo de desaparecer”.
La joven, natural de Lagunas de Somoza, era la encargada de reparar los helicópteros y dar asistencia al piloto de la cabina. “También hicimos vuelos para transportar científicos a sitios más lejanos para recolectar hielo y nieve o reparar instrumentos. Además, mediante un cuerda conectada al helicóptero volábamos un instrumento que media el grosor de las placas de hielo”, explicaba la maragata.
La llegada del coronavirus
A la par que la expedición seguía el rumbo marcado, comenzaron a llegar noticias a través de las redes sociales de la situación en los diferentes países. “Nuestros temores se hicieron realidad y eso implicó que nuestro viaje se alargara sin saber cuál era nuestra fecha de regreso a la civilización. Las fronteras estaban cerradas, lo que implicó que el equipo de logística del instituto alemán Alfred Wegener Institute ideara un nuevo plan para poder hacer el intercambio de tripulación lo antes posible”.
A mediados de abril llegaron dos twin-otter desde Groelandia para evacuar a ocho científicos que atravesaban momentos personales muy difíciles. Pese a ello, el proyecto MOSAic siguió adelante, pues como narraba Elena, “las personas que lo formamos hemos interpuesto la ciencia porque queremos mejorar el planeta y estamos comprometidos con ello”.
Después de 125 días, se decidió recoger todos los campamentos -excepto algunos instrumentos- y poner rumbo a Svalbard, donde se realizó el intercambio de personal. Dos barcos del gobierno alemán, Maria S. Merian y Sonne trasladaron a los participantes al puerto de Bremerhaven (Alemania), poniendo punto y final a esta experiencia.
Una experiencia única
Sin duda se trata de una aventura de la que pocos afortunados pueden disfrutar y que, para la joven, de 23 años, “ha sido realmente increíble y un reto, tanto personal como profesional”.
Además, la joven destacaba que lo mejor de la hazaña ha sido, junto con la experiencia y los nuevos amigos, la luz del crepúsculo antes de que el sol apareciera en el horizonte, convirtiéndose en un lugar mágico e indescriptible”.
En cambio, lo peor de la misma fue el vivir en completa oscuridad durante tanto tiempo. “Sabía que iba a ser difícil y pensaba que poco a poco me iba a afectar a la mente, pero la realidad fue que a los cuatro días la cabeza empieza a volverse loca y las cosas más pequeñas me irritaban”. Todo ello sumado a la situación internacional en la que veían cómo la fecha de regreso se posponía cada vez más.
Las condiciones climatológicas
Las primeras semanas del viaje transcurrieron a -30 grados centígrados, lo que permitió a los participantes que el cuerpo fuera, poco a poco, aclimatándose para toda la estancia. La temperatura más baja que alcanzaron fue la de -42.3 grados “aunque la sensación térmica llegó a los -61.3 grados”, por lo que la ropa jugaba un papel esencial. “En cuestión de minutos las extremidades se podían congelar. Mantenerse en movimiento o incluso bailar fue la clave para sobrevivir a esas temperaturas extremas”. Además, los participantes se enfrentaron a varias tormentas en las que el viento llegó a rozar los 90 kilómetros por hora.
Pese a todo ello, Elena Prieto Turienzo asegura haber disfrutado al máximo de la experiencia “he llegado a tierra sin pilas, lo que implica que he dado lo mejor de mí… y si tengo que elegir, prefiero quedarme durante el coronavirus allí, al fin y al cabo es el lugar más seguro del planeta por ser tan remoto”.