La mala muerte del carbón

El carbón, junto al acero, fueron las bases de la revolución industrial y de la prosperidad de Europa. El carbón fue el símbolo del siglo XIX y el acero, del XX. Y, al mismo tiempo, la ambición desmedida por controlar estos dos elementos fue la causa de las grandes guerras del siglo XX. El símbolo del siglo XXI no sabemos aún cuál será, pero sí conocemos de antemano que el carbón y el acero ya son historia. Y ninguno de los dos será la causa que provoque nuevas guerras mundiales. Y hay que asimilarlo.

La provincia de León, junto a otras como Palencia, Ciudad Real o Teruel, trata de evitar lo inevitable y hace todo lo posible, en un esfuerzo encomiable, para conseguir que la defunción del carbón cause el menor dolor posible. Es comprensible. El carbón ha sido el pilar fundamental de la economía de media provincia leonesa y en especial de comarcas como Laciana, El Bierzo, la Montaña Central o Sabero.  Sin embargo, tras más de un siglo de extraer del subsuelo una riqueza casi incontable, todas estas comarcas no han sido capaces de crear un tejido industrial sólido y, mucho menos, de prever que el carbón no era para siempre y que había que generar alternativas. Los altos hornos de Sabero o el sueño de la Vizcaya en El Bierzo gracias al hierro de Coto Vivaldi fueron sólo unos efímeros intentos de generar valor añadido a la extracción del carbón.

La minería del carbón agoniza desde hace muchos años y ahora ya tiene fecha para aplicarle una muerte inducida: 2018. Europa dictó ya hace años la sentencia. Hasta entonces sólo existe el remedio de aplicar medios paliativos. Eso sí, desde que hace más de veinte años se anunció por vez primera que el carbón no tenía futuro, las distintas administraciones han enterrado cientos de millones de euros en sucesivos planes de reindustrialización, en prejubilaciones millonarias de jóvenes mineros, y en mejora de todo tipo de infraestructuras de la cuencas mineras. El resultado está a la vista. El fracaso es tan notorio que esas mismas administraciones siguen aferradas al carbón, en plena agonía, como único recurso de futuro. Cruel contradicción.

Resisten unos dos mil mineros en las cuencas leonesas, de los cuales 1.600 están afectados por procesos de reestructuración de empleo. Ya no quedan minas subterráneas y el mineral a cielo abierto no es capaz de competir ni en  precio ni calidad con el de importación. La ley del mercado asesta el último golpe al carbón.

Ante esta situación, la Junta de Castilla y León se ha sacado un nuevo as de la manga, al estilo del mejor trilero del Oeste: propone al Gobierno central  que financie la agonía del carbón con la aplicación de una fórmula fiscal que, como casi una provocación a la sensibilidad del siglo XXI, se ha denominado céntimo verde, que no es otra cosa que la exención de hasta en un 80% del Impuesto de Hidrocarburos. Se trataría, ironías aparte, de convertir al carbón en una especie de energía renovable. Una auténtica falta de respeto a las esperanzas de los mineros que resisten en los tajos, a sus familias y, en general, a la economía de una provincia que tanto ha sufrido ya con la mala muerte que está teniendo el carbón desde hace ya demasiado tiempo.

 

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