La magia de la democracia

Juan Manuel Martínez Valdueza

La magia de la democracia es quizá su virtud más atractiva. Gracias a ella, la democracia puede resistir los embates más acerados y, en la soledad del voto ciudadano, hacer realidad sueños imposibles. Es capaz de anular el miedo a los poderosos más cercanos, a aquellos cuyo aliento amenazador se siente a diario en el cogote, a cada minuto; de dar fuerzas a quienes creen que no la tienen, porque así se lo han enseñado y así lo han vivido; de conservar, en definitiva, la esperanza en una vida más justa, más feliz, en la que la igualdad de oportunidades sustituya a la envidia igualitaria, tan negativa y tan frustrante, y en la que los recursos de todos reviertan también en todos con las necesarias justicia y solidaridad.

 

Nada está perdido de antemano en democracia. La clase política y sus aledaños no piensan así y en sus cuentas todo está previsto de antemano. Pero se equivocan. La magia de la democracia no deja en sus manos esa soledad del voto ciudadano. Por más que, en misión imposible, con sus empujones inmisericordes intenten derribar las hipotéticas o reales barreras que se interpongan en su camino: cada ciudadano en la soledad de su voto es una barrera infranqueable.

 

No está en mi mano, e imagino que en la suya tampoco, solucionar los graves problemas inherentes a la democracia y que, desde hace casi tres siglos, sesudos pensadores y alocados revolucionarios tratan de resolver de mil maneras. ¿Qué podemos hacer frente a las variadas y muy democráticas dictaduras que condicionan nuestra vida día a día? Tal parece que bien poco, aunque reconocerlas ya es un paso. Y lo que nadie puede evitar es que soñemos… de momento. Así las cosas, mientras podamos soñar, soñemos.

 

Ciudadano: vota por ti. Así de sencillo. La magia de la democracia hará el resto, sorprendiéndote.

 

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