“Su mirada taladra los edificios, radiografía las esculturas, descifra el alma del interlocutor de turno, o sea: es pura literatura”. Son palabras dedicadas a Emilia Pardo Bazán referidas al contenido del libro Por la España pintoresca [y otras notas de viaje], en el que la editorial Rimpego recoge las colaboraciones de la autora gallega (La Coruña, 1851-Madrid, 1921) con varias publicaciones, que posteriormente aparecerían en la obra del mismo nombre, que vio la luz en 1895, y en otras tres: De mi tierra (1888), Cuarenta días en la exposición (1900) y Por la Europa católica (1902).
Santander, Santillana del Mar, Valladolid, Segovia, Zaragoza o León son algunas de las localidades que protagonizan las notas y apuntes en los que la escritora expone sus recorridos, impresiones, descripciones y críticas, haciendo gala de su talento. La obra se presenta al público el martes 20 de diciembre, a las 20 horas, en la Fundación Sierra Pambley de la capital leonesa.
En la elección de los textos “ha pesado su búsqueda apasionada del paisaje ibérico, del arte con carácter español, el despliegue de esa curiosidad febril e impaciente, ese insaciable afán de abarcarlo y poseerlo todo”, por utilizar palabras de Marcelino Menéndez y Pelayo, la decidida y desinhibida visión femenina de la realidad, o el siempre comprometido encuentro con sus paisanos…”, afirma el editor Joaquín Alegre, y añade que “la sofisticada escritura de Emilia va mucho más allá del “reportaje de actualidad” que se han empecinado en ver algunos críticos.
Para arropar los textos, la obra ofrece las aportaciones de tres estudiosos. Marta Prieto Serrano apunta que viajar y escribir fueron para Pardo Bazán “probablemente, dos necesidades que aunadas, terminaron por llevarla a un territorio estético que hoy ya se considera género aparte, la literatura de viajes” y añade que “leer a doña Emilia es como viajar de su mano”.
Marta Serrano Coll la describe como “la infatigable viajera, amante de la comodidad solo en los momentos de descanso, que tiene en consideración aspectos como el aforo excesivo en la visita a determinados monumentos o las falsas expectativas originadas por los peligrosos tópicos que provocan desilusión y decepción”.
Alejandro Valderas Alonso hace suya la descripción del gobernador de La Coruña, el bañezano Fernando Casado Adriani -tío de su abuela- para decir que doña Emilia era “una señorona” y que preparaba los viajes “a conciencia, con magníficas guías histórico-artísticas que lograba reunir”. “Viaja, disfruta, transmite sus emociones y proporciona a sus lectores ideas modernas, con la intención de educar y modelar las conciencias de sus contemporáneos”, concluye.
En León
Por la España pintoresca [y otras notas de viaje] incluye en sus 312 páginas varias ilustraciones de la época, como la del Convento de San Marcos de León, ciudad en la que un enlace con un tren ‘rápido’ en el que tenía que desplazarse en un viaje a Francia la ‘obligó’ a “invertir” 15 horas que hicieron posible una crónica en la que no faltan sus recomendaciones sobre el chocolate de Astorga y el de la capital, donde calificó la fonda de la estación como “la mejor de toda la línea”.
La tarde la dedicó al museo del edificio de San Marcos y su otra parda principal fue la catedral, “deseando ver adelantada la restauración de esa maravilla salvada de ruina inminente”. Gumersindo de Azcárate ejerció de guía en la visita.
Valladolid y Medina de Rioseco
“Si los españoles concediésemos al arte y a la naturaleza de nuestra patria algo de la estimación que otorgamos a la trapetería y a las hornillas francesas, Valladolid sería objeto de peregrinación, no por sus edificios, aunque tan grandiosos, ni por sus recuerdos, aunque tan augustos, sino por su riqueza increíble en efigies de madera, la escultura nacional” afirma al comienzo de sus reflexiones sobre la ciudad.
Emilia Pardo Bazán también muestra su admiración por la riqueza monumental de la “villa imperial , enemiga de las comunidades” y afirma que “si se exceptúan las magnificencias de San Pablo y San Gregorio, no tiene Valladolid, con toda su fama, templos que puedan compararse en magnificencia a los que atesora Medina de Rioseco”.
Segovia
“Para soledad, Castilla en agosto. Vacías las fondas; pocas caras conocidas en la calle; la vida reconcentrada en el norte y el noroeste, y aquí los monumentos silenciosos, desiertos, libres de inoportunos que rebajan la impresión artística al mezclarse con ella. Nuestras propias pisadas eran el único ruido que despertaba los ecos de los vastos y vacíos salones del alcázar de Segovia”, señala Pardo Bazán.