La independencia de Evaristo Fernández Blanco

La historia de la música, tal como ocurre en otras disciplinas artísticas, suele agrupar a sus actores por promociones que obedecen a circunstancias oportunas para el análisis y la clasificación global, dejando al margen en muchas ocasiones a quienes, por sus peculiaridades, no participan al cien por cien de las afinidades o características generales.

La generación del 27 o generación de la República se ciñe, en la mayoría de las ocasiones, al madrileño grupo de los ocho —Ernesto y Rodolfo Halffter, Julián Bautista, Juan José Mantecón, Rosa García Ascot, Fernando Remacha, Julián Bautista, Gustavo Pittaluga y Salvador Bacarisse— y al grupo catalán —Roberto Gerhard, Manuel Blancafort, Juan Gilbert Camins, Agustín Grau, Ricardo Lamote de Grignon, Baltasar Samper y Eduardo Toldrá—, no contando con una serie de figuras periféricas sin las cuales es imposible hacer sonar el verdadero concierto de la España de la época.

Uno de los compositores que, tanto por fecha de nacimiento, como por su pensamiento innovador, pertenece por derecho a la generación del 27 es Evaristo Fernández Blanco, nacido en Astorga (León), en 1902, a quien la crítica ha juzgado tarde y arbitrariamente, debido precisamente a la independencia de su propia obra, no alineada totalmente con la reinante tradición neopopular y, por otro lado, partícipe de la estética alemana y de los postulados de la escuela de Viena, más que de la escuela francesa —vía Manuel de Falla—, constante que predominó en el resto de los compositores, si exceptuamos el caso de Gerhard.

Evaristo Fernández Blanco llevó a cabo sus primeros estudios en la capilla catedralicia de su ciudad natal. Al negarle la Diputación de León una beca para continuar sus estudios musicales, se traslada a Madrid con su familia, donde ingresa en el Real Conservatorio, primero como alumno de Tomás Bretón, y más tarde, de quien sería su verdadero maestro: Conrado del Campo. Ya en ese periodo de aprendizaje, demostró una gran capacidad para construir formalmente un poderoso armazón a partir de temas y melodías populares, que le servirían de primera inspiración, pero que, sin embargo, a partir de su tratamiento sufrirían un proceso de transformación en la obra, adquiriendo valores propios y autónomos, casi al margen de su raíz tradicional. Desde Vals triste —su primera obra concebida para orquesta en 1920— o Impresiones montañesas —ganadora del Premio Fin de Carrera en 1921— el compositor hace gala de su latente carácter expresivo que, aunque tiñe las partituras de cierto espíritu romántico, le concede un brío sustancial que, al cabo del tiempo, será clave para entender su «expresionismo radical», tal como el autor definió su propio estilo a partir de sus estudios en Alemania, donde trabajó con Franz Schrecker, pues más que de un simple atonalismo o una reglada escritura serial, la obra surgida de esta experiencia es una suerte de eclosión formal, sin perder nunca de vista la vibración primera de su música.

El compositor pretendió seguir los pasos de su colega Gerhard, como discípulo de Arnold Schönberg, pero el maestro ya se había trasladado a Viena cuando él llegó a Berlín, heredero ya del aliento expresivo de Richard Strauss, que lo distinguía de sus coetáneos españoles. Fruto de ese aprendizaje y de la madurez allí adquirida son sus Poemas líricos, de 1923, basados en textos del poeta astorgano Alfredo Nistal; Obertura sinfónica para gran orquesta, de 1925, y el Trío en do mayor para piano, violín y violonchelo, fechado en 1928. Su lenguaje adquiere una mayor tensión y solidez, que le lleva a adentrarse por caminos sinuosos donde otros no se atrevieron a transitar, posiblemente guiado por su instinto de búsqueda y sus ansias de libertad, ya que fue su espíritu independiente el más alto principio del autor leonés, tanto en sus planteamientos sonoros como en la vida. Durante la Guerra Civil española se compromete con la República y trabaja con Remacha, Pittaluga y Álvarez Cantos y Rodolfo Halffter en la Unión Radio de Urgoiti, hasta que asume la delegación en Madrid del Comité de Música, siendo uno de los miembros fundadores de la Orquesta Nacional de Conciertos, primera agrupación sinfónica española de carácter estatal. Al terminar la guerra tiene que esconderse durante dos años en Viascón, una aldea de Pontevedra, donde escribe la Obertura dramática, una de sus obras más redondas y significativas, que debe esperar cuarenta años para alcanzar su estreno, en 1983, bajo interpretación de la Orquesta de RTVE.

La Obertura dramática sintetiza lo mejor de Evaristo Fernández Blanco, puesto que en ella se recogen diferentes experiencias de su trayectoria musical con el propósito bien conseguido de aunar sus inquietudes expresivas y vitales al mismo tiempo, pues, no en vano, toda la obra del compositor está construida bajo un prisma humanista donde prevalece una clara intención comunicativa. Aunque no se trata de un discurso descriptivo, en ella se cruzan y se superponen diferentes elementos fragmentarios, que indican y nos dan señales del drama de la Guerra Civil, de la persecución, el destierro, la soledad, las ilusiones y la desesperanza, aunque en conjunto se trata de un partitura escrita con fuerza, sin perder en ningún momento el pulso, marcado por un constante vitalismo. En su escritura se observan rasgos de cierto neorromanticismo alemán, incluso ecos de autores rusos, como Prokofiev o Shostakovitch, sobre todo en cuanto a la dinámica expositiva de sus elementos épicos se refiere. Sin embargo, la Obertura también es esencialmente poética, pues no sólo cuenta sino sugiere, juega con los recuerdos y la memoria, que afloran en forma de himnos revolucionarios, pero también como pausadas melodías interiorizadas por el autor.

La obra de Fernández Blanco ha ido asentándose con el tiempo y, gracias a la labor de musicólogos, críticos, instituciones e intérpretes, ocupando el lugar que le correspondía en la música española. Su producción sinfónica completa ha sido ordenada y grabada por José Luis Temes en 2012 bajo el sello Verso, dirigiendo a la Orquesta Filarmónica de Málaga.

José Ramón Ripoll. Escritor, poeta y musicólogo

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