A finales de 1886 sucedió un evento que catalizó el posterior auge del modernismo en Astorga. Un incendio destruyó el antiguo palacio episcopal de la ciudad y desencadenó una serie de eventos que marcaron para siempre la arquitectura y estructura en esta ciudad situada al noroeste de la Península.
Apenas dos meses después de su llegada a la Diócesis de Astorga en 1886, el obispo Juan Bautista Grau y Vallespinós vio consumirse bajo las llamas la casa episcopal. El prelado asturicense, natural de Reus, pensó en su paisano Antonio Gaudí y Cornet para que se hiciera cargo de las obras, dado que la plaza de arquitecto diocesano estaba vacante. Tras un abundante intercambio de correspondencia, el arquitecto aceptó ilusionado el encargo y, sin haber visitado jamás la ciudad, realizó los primeros bocetos para la construcción. Unos diseños que encantaron al obispo. En diciembre de 1888, Gaudí viajó a Astorga para conocer el terreno y el ambiente arquitectónico de la ciudad. No era exactamente como el obispo había relatado en sus cartas, aunque sí que quedaban en la ciudad trazas del antiguo esplendor medieval de una población que fue capital del Reino de León del 910 al 914 d.C. y en el 988.
En ese momento, un joven Antonio Gaudí, que ya había dado muestras de su genialidad arquitectónica en Cataluña y Comillas, diseñó para el obispo Grau un palacio de estilo neogótico con rasgos de castillo, templo y palacete señorial circundado por un foso. El 24 de junio de 1889, onomástica de monseñor Grau y Vallespinós, se colocó la primera piedra. Estaba previsto que el Palacio finalizase en junio de 1894.
Sin embargo, un inesperado suceso cambio el destino del Palacio de Gaudí en Astorga. En 1893, en uno de sus viajes a Sanabria, el obispo Grau tuvo un accidente a caballo que le costó la vida. Las malas relaciones entre Gaudí y la junta Diocesana provocaron la marcha enfadada del arquitecto que decidió quemar los planos del proyecto y afirmó su famosa frase: “Seréis incapaces de acabarlo y de dejarlo interrumpido”.
El arquitecto catalán proyectó para Astorga un edificio con planta de cruz griega inscrita en un cuadrado. Su cubierta a dos aguas es de pizarra y está bordeada por una balaustrada corrida de granito. Las chimeneas, probablemente diseñadas por Gaudí, deberían formar, junto con los tres ángeles diseñados por él para remate de la cubierta, un atractivo conjunto que nunca hemos podido admirar. Sin embargo, podemos disfrutar de los tres ángeles con sus atributos episcopales en los jardines. El 1905, bajo el obispado de Julián de Diego y Alcolea, el prelado intentó convencer a Gaudí que regresara para finalizar el Palacio pero el arquitecto, inmerso en las obras de la Sagrada Familia, rechazó el ofrecimiento.
Tomó las riendas el arquitecto diocesano de León, Ricardo García- Guereta, quien logró acabar, de forma muy digna, el proyecto de Antonio Gaudí y concluyó las obras el 12 de octubre de 1913. El sótano, junto con la Capilla, el Salón del Trono, el Despacho del Obispo y el Comedor, son las únicas salas que a día de hoy cumplen con su función original. El obispo Grau, gran amante de la arqueología, proyectó el sótano para Archivo Diocesano, Museo Epigráfico y bodega. No fue la primera idea de Gaudí, pero la ajustó a la petición de Grau, con quien ya tenía relación antes del Palacio y con quien, cuentan, daba largos paseos sobre la antigua muralla de Astorga hablando sobre la religión y la necesidad de una modernización de la iglesia. Hoy en día ese sótano alberga una colección epigráfica, numismática y lapidaria en una planta dotada de un arco único en todo el Palacio propio de la traza gaudiniana: el arco catenario.
Con el obispo Antonio Senso Lázaro, la despreocupación por el palacio es manifiesta y durante la Guerra Civil se utilizó como cuartel y oficinas de la Falange y alojamiento de fuerzas nacionales. En 1956 José Castelltort, obispo natural de Igualada, hizo las últimas adaptaciones en el piso segundo del edificio con la intención de habitarlo lo antes posible, pero su repentino fallecimiento lo impidió. Sucedido por el obispo Marcelo González Martín, éste decidió dedicar el Palacio a sede del Museo de los Caminos, que abrió al público en 1964.
El Palacio de Gaudí en Astorga alberga piezas procedentes de todo el territorio de la Diócesis asturicense y sirve como depósito para elementos eucarísticos y procesionales que a día de hoy todavía se utilizan en los pueblos. El proyecto actual, dirigido por Víctor Murias Borrajo, da funcionalidad a la segunda planta, quizá la más modesta de cuantas componen el Palacio, para dar cabida a exposiciones temporales que muestran piezas que por su carácter no tienen sitio en el discurso museístico del Palacio de Gaudí.
Gaudí concebía sus edificios de una forma global atendiendo tanto a soluciones estructurales como a las funcionales y decorativas por lo que dentro se pueden ver elementos pensados específicamente para Astorga y para el obispo Juan Bautista Grau y Vallespinós, como el famoso búho que preside el salón del trono, símbolo de la sabiduría y otros elementos ornamentales hechos con materiales de la zona: granito del Bierzo y cerámica de Jiménez de Jamuz. Una joya arquitectónica del modernismo inspirada por la naturaleza y la búsqueda de nuevas soluciones estructurales. Un espacio de cuatro plantas que alberga las obras de muchos artistas que ayudaron a dar continuación al proyecto iniciado por el arquitecto catalán.
Destaca en la planta baja un amplio vestíbulo que da paso a un gran hall central y de éste a las habitaciones privadas y de trabajo del provisor y del secretario. Los nervios de sus bóvedas están decorados con cerámica vidriada procedente de Jiménez de Jamúz, con reminiscencias al estilo mudéjar al igual que los capiteles, los mensulones, donde descansan los nervios de las bóvedas con un aire mozárabe y curiosos vitrales. Destacan en la segunda planta sus capiteles estrellados que recuerdan a los de la Sainte Chapelle de París y sus vidrieras historiadas, de tipo cisterciense y modernistas en la Capilla, Salón del Trono y Comedor, respectivamente.
El modernismo en Astorga
La sombra de Gaudí es alargada, y varios arquitectos que trabajaron en la ciudad en los años posteriores a la construcción del Palacio se vieron influidos sin duda por esta obra tan singular. Sus nombres no son tan conocidos, pero bien merecen un recuerdo en estas líneas.
La Astorga de finales del siglo XIX era una ciudad muy diferente a la actual, con una pujante industria chocolatera y una burguesía que había amasado pequeñas fortunas gracias al buen nombre del chocolate local. Muchos empresarios decidieron emprender en Astorga la aventura fabril que marcó la historia desde finales del siglo XIX hasta principios del siglo XX. Con el paso de las décadas, los avances tecnológicos y la llegada de nuevas demandas, se han perdido en el tiempo y en el espacio todos aquellos suntuosos edificios que dieron a la ciudad un nuevo aspecto. La misma llegada del arquitecto catalán Antonio Gaudí a Astorga hizo que muchos burgueses quisieran tener edificios de aires modernistas, esos propietarios de fábricas que eran los que tenían el dinero y que descubrieron en la arquitectura industrial un nuevo futuro.
Caserones que hoy se conservan como el de Magín Rubio que alberga el Museo del Chocolate o la Casa Granel que evidencian una interesante parte de la historia de Astorga que quizá, eclipsada por otras épocas más remotas, ha quedado en un segundo plano, pero no por ello restan importancia a la llegada de la burguesía industrial a la ciudad.
José Granell era uno de los industriales chocolateros más destacados de Astorga. En 1910 contrató los servicios de Antonio Palacios Ramilo para construir su nueva vivienda. El arquitecto, que por aquel entonces trabajaba ya en su obra más conocida, el Palacio de Comunicaciones de Madrid, diseñó un edificio singular, a la vez integrado en su entorno y con una personalidad inconfundible. Su fachada de la Casa Granell, coronada por un torreón modernista, es una de las imágenes icónicas de Astorga.
En el barrio de Puerta Rey se encuentra en la actualidad el Museo del Chocolate, un homenaje a todos esos empresarios industriales que pusieron Astorga en el mapa económico de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. El Museo se aloja en el Palacete de Magín Rubio, un edificio que en su día albergó una fábrica de chocolate y la vivienda del industrial chocolatero Magín Rubio; en sus bajos estuvo instalado un almacén de coloniales. Obra de Eduardo Sánchez Eznarriaga, arquitecto astorgano, se levantó durante los primeros años del siglo XX en un estilo sobrio, aunque influido por el modernismo.
Otro edificio resiste hoy en día el paso del tiempo: la iglesia de San Andrés Apóstol. Situada en el barrio del mismo nombre, fuera del recinto amurallado de Astorga, fue construida según el proyecto de Manuel Hernández Álvarez-Reyero, arquitecto de la Diócesis de Santiago de Compostela. Su apuesta por el ladrillo visto, más propio de la arquitectura industrial, convierte a la Iglesia de San Andrés en un edificio modernista experimental, atípico. Se trata de un edificio esbelto cuyas torres esconden elementos decorativos inspirados sin duda por la presencia de Gaudí en Astorga.
Artículo publicado en el nº 5 de la revista Alcoy Modernista