Si pudiéramos regresar en el tiempo unos 100 años atrás, y recorrer los numerosos pueblos cabreireses y participar en sus fiestas, contemplaríamos con sorpresa que la costumbre de la ofrenda del ramo estaría total y absolutamente vigente. Pero todavía es más llamativo que esta tradición se mantenga viva en el antiguo reino de León y sobre todo en la provincia leonesa a la llegada de la Navidad.
Emociona contemplar el paso del ramo, precedido por el ofrecido y sus allegados, que celebran con alegría la salida de una temida enfermedad o, simplemente, haber podido librar de la muerte a aquel hijo, después de un terrible accidente, aunque hubiera perdido en él parte de la salud.
El ofrecimiento o la entrega de un ramo como signo de admiración se remonta al menos a la época romana, cuando se coronaba con ramos de laurel a los vencedores de batallas o competiciones deportivas. La entrega de un ramo fue también símbolo de transferencia de autoridad y posesión para los antiguos pueblos germánicos.
En el museo etnográfico de Varsovia se encuentran imágenes de una ofrenda de ramos de 1973, realizada el día de la fiesta de ‘La Asunción’, el 15 de agosto, al terminar la cosecha. Las coincidencias con las ofrendas que se realizan en La Cabrera son notables: el ramo está hecho con espigas de un cereal, es portado en andas por cuatro mujeres, otras sostienen cintas que penden de la cúspide del ramo, todas ellas visten el traje tradicional de la zona. En otra fotografía pueden verse niños y niñas delante del ramo ofreciendo panes. La evidente similitud con nuestras ofrendas de ramos en Cabrera deja poco margen a la duda. Se trata del mismo rito practicado por una comunidad distante unos 3.000 kilómetros de la cabreiresa.
Las razones de la presencia del mismo rito en culturas tan lejanas requiere un estudio extenso pero, en una primera impresión, se pueden plantear dos hipótesis de partida: o bien se trata de un antiguo rito romano, divulgado por el Imperio en sus distintos dominios, o fue la iglesia cristiana la que, asimilándolo como tantas otras cosas, lo divulgó posteriormente. Resulta verosímil relacionar estos ritos con las “Cerialia”: ceremonias y festejos propios del culto a la diosa Ceres, entre los romanos, o a su equivalente griega Demeter, entre los griegos. Durante estas celebraciones, el pueblo acudía al santuario tras un sacrificio de toros, cuya carne se ofrecía a la diosa junto con cera y dulces, portados por vírgenes, para pedirle que cuidase la tierra y las cosechas. Entre aquellas ofrendas figuraba el ‘calathus’, un enorme cesto repleto de tortas y pastelillos confeccionados con harinas de diversa naturaleza y procedencia, de forma similar a lo que hoy en día se hace con las ofrendas de ramos.
En una época en la que tienden a abandonarse todas las prácticas tradicionales, nos encontramos con un rito que, al menos en la localidad de ‘La Cuesta’ renace, después de años en el olvido, en concreto 79 años en este pequeño pueblo cabreirés. La última vez que se ofreció el ramo fue también a la Trinidad y por Ángel Miguélez, que regresó sano y a salvo de la guerra civil.
Es curioso que, existiendo en toda España la tradición de ofrecer bienes y productos de la tierra a los santos patronos, sea casi exclusivamente en el antiguo reino de León donde esa ofrenda se superpone todavía con la de los ramos. Estos ramos eran, como su nombre indica, ramas o árboles pequeños de los que pendía una cesta con ofrendas o que llevaban éstas colgando directamente del ramaje. Más tarde, fueron evolucionando y haciéndose más sofisticados.
Actualmente, los ramos cambian de unas zonas a otras del antiguo reino e incluso de unos pueblos a otros, dándose la paradoja de que muchos ramos actuales no tienen de ramos más que el nombre y ofrecen las formas y representaciones más variadas. En toda La Cabrera, curiosamente en la zona oriental y en muchos pueblos de la zona central de Asturias, el ramu o ramo consiste en un armazón de madera, con forma de pirámide, formado por cuatro listones que se unen en un vértice y van apoyados en andas, como las que se utilizan en las procesiones para llevar las imágenes de los santos. Este armazón va recubierto generalmente de ramas, hojas y flores, y lleva colgando de los listones roscas de pan y rosquillas dulces principalmente.
El ramo se vestía de diferentes formas dependiendo de la ocasión en que se ofrecía: si se cantaba para navidad, el ramo se vestía con lazos, velas, y con dos paños de ofrenda colocados en las andas; si se ofrecía a una virgen, se colocaban unas flores en la cumbre del ramo que se vestía con el mantón de la virgen y dos paños de ofrenda en las andas, delante y detrás; si era para otro santo se sustituía el mantón de la virgen por mantones de manila, colchas, paños y pañuelos. En ocasiones se le colocaban cuatro roscas de pan en las andas que luego se subastaban.
Los ramos son transportados por cuatro ‘mozas’. Pueden ser ofrecidos por todo el pueblo, mediante aportación anónima, o bien por cualquier persona o grupo como cumplimiento de una promesa. El día de la fiesta sale el ramo de la casa donde se ofrece o del barrio que lo costea, y es transportado a la iglesia. En ese momento cuando queda a la entrada de la misa, se espera al ofertorio, y el mayordomo que acompaña a las cuatro mozas pide entrar en la iglesia. Entonces el cura sale a la puerta, da su permiso y el ramo entra ofrecido y cantado por las mozas que o transportan. Después de la misa vuelve a llevarse el ramo en procesión y queda colocado, generalmente, en el lugar donde va a ser subastado.
Las letras cambian cada año y con cada ofrenda, aunque hay estrofas que se repiten o se usan en nuevas ofrendas de Ramos. Termina la fiesta con la subasta de los panes y otras ofrendas que lo acompañan aunque no formen parte del ramo. Se puja según la costumbre y, en algunos casos, se conserva la fórmula antigua. Lo que se saca de la subasta, servirá en parte para pagar al cura, sufragar la fiesta del año próximo o arreglar la capilla del Santo.