El aborto es algo que no deja indiferente a nadie. Posturas polarizadas intentan imponerse mediante la edición de normas que las legitimen. De momento van ganando aquellos que propugnan una defensa del aborto o los que se les denomina comúnmente proabortistas. La legislación es la que es, y la Ley Orgánica 2/2010 permite la práctica del aborto libre hasta las 14 semanas y en ciertos casos hasta las 22 semanas.
Es muy importante la regulación jurídica de un país porque refleja su moral y ética plasmada en lo que pueden y no pueden hacer sus ciudadanos. A veces tengo la sensación de que cuando se trata la cuestión del aborto, nos olvidamos de determinados protagonistas. Uno principal: él o ella… no se cómo definirlos. Jurídicamente es el nasciturus, palabra horrible e inexacta porque significa el que va a nacer, dando por hecho que lo hará. No le puedo llamar persona porque el Código Civil establece en su artículo 29 que sólo se nos puede considerar persona una vez que nacemos. Feto, es tanto o más horrible que el latinajo. Me quedaré con lo de “criatura” por su sentido bíblico y así sé que merece al menos cierta consideración según el Santo Franciscano.
La criatura apenas se menciona en las distintas legislaciones que regulan el aborto. A pesar de estar tan estrechamente unida a la madre hasta el punto que respira a través de ella, apenas cuenta. No tiene voz, sólo puede en determinadas ocasiones dar alguna patadita para hacerse sentir. Es una criatura sin derechos, creo que la única en el planeta. Cierto que el Tribunal Constitucional en 1985 ya reconoció que su vida merecía protección. No erró el alto Tribunal pero, la legislación posterior ha rebajado mucho el umbral de esta protección.
El aborto se considera legislativamente cosa exclusiva de la mujer. Esto es injusto y una norma injusta genera injusticia y dolor. El peso en solitario de un embarazo muchas veces no deseado, abre las puertas a optar por el aborto. No conozco ninguna mujer que se sienta feliz por haber tenido que abortar.
Aquí aparece el tercer protagonista: el padre. Siempre que planteo el derecho del padre a codecidir se monta un lío. Las mujeres en general opinan que ellas son las únicas que deben decidir. Los hombres tras un primer momento de sorpresa reaccionan y algunos están de acuerdo con la propuesta. Yo pregunto: ¿de dónde vine la criatura? , se necesita un padre evidentemente. Por esto mismo considero que el padre tiene derecho a decidir junto a la madre.
No comparto el lema de “nosotras parimos nosotras decidimos” por reduccionista. Todo asunto que afecte a dos y sea decidido unilateralmente carece de una perspectiva suficientemente amplia. Ecuación compleja con dos protagonistas que se convierten en tres y este último de forma involuntaria. No pretendo limitar la libertad de la mujer pero, si hacer valer otro derecho fundamental como es la igualdad, en este caso la misma igualdad a decidir por un actor necesario de dos.
Cuando se aborda el tema del aborto es como si una sensación de malestar y desazón nos rodease, independientemente de que se esté a favor o en contra. Se aborda el privar de vida a un ser o para los que no le atribuyen ni ese calificativo, le denominaremos “algo” que se encuentra en el seno materno. El aborto genera dolor en las mujeres que se ven en este trance. Muchas maltratadas, abandonadas a su suerte, otras que cuentan con apoyo familiar tampoco se ven ajenas al dolor de una práctica médica que no olvidemos tiene sus riesgos para la salud.
Cualquiera que sea la postura respecto al aborto considero, que se debe tener en cuenta que todo aborto como su propio nombre indica es un fracaso. Un fracaso para nuestra sociedad que no supo dar respuesta a los 112.390 abortos que se produjeron en España en el año 2012. No hemos sabido estar al lado de esos miles de mujeres que han optado por una decisión extrema. No hemos sabido estar al lado de las miles de criaturas entre las que podría encontrarse un futuro premio Nobel o un Cristiano Ronaldo del fútbol.
Aunque sólo sea visto desde una concepción demográfica, en un país como el nuestro con crecimiento vegetativo negativo, que bien nos vendrían esas criaturas para rejuvenecer nuestra sociedad. Siendo aún más egoístas, que bien nos vendrían para que pagaran nuestras pensiones.
En una sociedad que propugna el derecho a la vida como la clave de bóveda de su ordenamiento jurídico, el aborto no puede ser nunca una solución. Frente a la criminalización de las mujeres que abortan debe ofrecerse caridad, acompañamiento y soluciones alternativas. A la criatura hay que dotarla de un marco jurídico apropiado que resuelva su nivel de indefensión. Se deben ofrecer todas las alternativas económicas y de apoyo a la mujer que se vea en trance tan difícil. Esto implica gastar mucho dinero en políticas para la familia, nuestros adolescentes, salud y educación. Es cuestión de leyes y dinero para ponerlas en práctica.