Juego de tronos

Bueno, pues ya está aquí la batalla final, la que decidirá quien se sentará en el trono de hierro durante los siguientes cuatro años. Seguramente cuando estén leyendo esta columna ya se habrán decidido todo tipo de alianzas y acuerdos con los que el futuro gobernante podrá sustentar su “reinado” durante los próximos cuatro años.

Gracias, o no, a la Junta Electoral Central nos hemos quedado sin la madre de todas las batallas, aquella que hubiera enfrentado a todas las casas con los caminantes verdes, los muertos, aunque, para ser más exactos, serían aquellos que están resucitando al muerto. Por cierto, un apunte. Los caminantes verdes no son ultra nacionalistas, eso es la gran mentira que nos están colando, son ultraliberales, el iliberalismo que se llama, alentado por un señor llamado Steve Bannon, que es la mano que mece la cuna de Salvini, Orban o, en este caso que nos ocupa, la del Rey de los caminantes verdes. Si los patriotas, o los que se hacen llamar patriotas, votan a este partido, en realidad lo que estarían haciendo es, como no, entregar toda la riqueza nacional al colmillo aventado y retorcido de las grandes corporaciones supranacionales. Tiempo al tiempo.

En cuanto a las otras casas, los Targarian, Lannister y compañía se dedican a lo suyo, esto es, a vender su mensaje. Es una pena, la verdad, una pena muy grande que me entra al ver a esos cuatro representantes usar una y otra vez las mismas frases, los mismos clichés, incluso aventurándose a soltar frases históricas que, saliendo de sus bocas, pierden todo ese halo de inmortalidad que les ha dado la historia. A mí sí que me duele España, señor naranja, me duele ver como usted, en nombre de España, mercadea con los votos mediante la búsqueda de la confrontación, de la provocación, mediante la falta de respeto. Seguro que Unamuno está todavía revolviéndose en su tumba el pobre. Por cierto, ¿habrá leído algún libro de Don Miguel, no? Lo digo por si le preguntan como hicieron con lo de Kant y se vuelve usted a pegar el resbalazo padre. Pero no se preocupe, no sólo me duele usted, también me duele el señor rojo, encorsetado en esa figura de estadista que no se cree ni él, con ese rictus en el rostro que revela la incomodidad que supone sentirse más rojo de lo que los que mandan en su partido le dejan ser. Y el señor azul, pobre, despierta en mi algo de compasión. No debe ser agradable saber que estás mintiendo y saber que los demás saben que estás mintiendo. Pero no le queda otra, ¿verdad, señor azul? Han sido tantas las barrabasadas que ha hecho su partido que a usted no le queda otro remedio que mentir y mentir y barrer debajo de la alfombra. ¿Y el señor morado? Pues el señor morado puede que sea, a mi parecer, el más inteligente de los cuatro, pero hay algo ahí, algo dentro de él que no me transmite confianza, una especie de piel que se pone para que le veamos todos pero que en realidad no es su verdadera piel. Y eso que ideologicamente estoy más cerca de sus posiciones que de las de los otros tres.

En fin, sea como fuere y dejando aparte mi criterio sobre el mapa político de esta España nuestra, lo que está claro es que los tiempos nuevos ya están aquí. El bipartidismo ha muerto, viva la política de bloques. Ardo en deseos de ver los nuevos colores de España. ¿Serán el rojo y el morado? (Si fuera así a algún republicano viejo, y a alguno no tan viejo, se le caería alguna lagrimita, ya verán). ¿Serán el rojo y el naranja? ¿Naranja y azul? ¿Naranja, azul y….? no por Dios, no quiero ni pensarlo.

Que Dios reparta suerte y que, por una vez, deje de jugar a los dados con el Universo.

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