El sacerdote y escritor Javier Peño acaba de publicar un interesante libro titulado ‘El Camino de Santiago. Un encuentro con Dios’. Sobre este libro y otros temas hemos dialogado con él, ya que además descubrió su vocación en el Camino de Santiago, que ha ha realizado en muchas ocasiones y aún lo sigue haciendo a día de hoy. Su experiencia es enriquecedora y por eso hoy le tenemos con nosotros.
El título de su libro, ‘Camino de Santiago. Un encuentro con Dios,’ es ya en sí sugestivo y sugerente.
Sí, es una pequeña definición de lo que ha supuesto para mí y para tanta gente hacer el Camino. Gracias a que Dios lo puso en mi vida, aunque fuera del modo aparentemente más banal, hoy puedo decir que soy sacerdote. ¡Y eso es algo que da sentido a toda mi vida! Y es que, peregrinando, me ha pasado de todo, he pensado sobre todo, he rezado sobre todo… al final puedo compendiar mi vida en los caminos de Santiago. Y, como creo que a todo el mundo le puede ocurrir lo mismo, por eso escribí el libro.
Cuéntenos brevemente su experiencia personal al realizar el Camino de Santiago
Mi experiencia es la de alguien que empieza caminando por mera diversión y pasar tiempo con los amigos pero que, al contacto con el Camino, sus gentes y la Iglesia allí presente, fue empapándose inconscientemente de Dios hasta el punto de que, cuando echá la vista atrás, comprendí que el Señor había caminado a mi lado siempre. Y eso me cambió la vida. Más tarde fui un peregrino-periodista que descubrió su vocación al sacerdocio en el Cebreiro; más adelante un seminarista que caminaba con ilusión -y sus miedos- al sacerdocio. En ese tiempo, algúnq que otro nudo que ahogaba mi vocación fue desatado por el apóstol; y estos años he sido un sacerdote emocionado de ver cómo Dios se sirve de mi ministerio de sacerdote y peregrino para hacerse presente en las vidas de gente preciosa.
Sin duda también muchas anécdotas, ¿cuál destacaría?
Las del comienzo y la del final del libro. Pero añadiré una tercera, que no está en el libro: en 2009 hice el Camino con un amigo. Yo no iba a Misa y él era bastante piadoso y tenía como objetivo en el Camino acercarme a la fe. Tampoco es que tuviera mucho éxito, pero se me quedó grabado que en el albergue del Cebreiro me hizo leer un capítulo del Evangelio junto a él. Pues bien: casi dos años después, tras convertirme, vi mi vocación… ¡en el Cebreiro haciendo otro camino! ¡Justo allí! Pero lo más curioso es que hoy, que yo ya soy sacerdote, él ahora es seminarista, en parte gracias a cómo Dios obró en mi historia, en la cual, por cierto, él fue parte imprescindible. Es muy bonito.
Dice que en el Camino de Santiago se encontró con Dios y vio su vocación como sacerdote.
¡Sí! Fue en diciembre de 2010 bajo una nevada potente en el Cebreiro. Yo iba con mis planes, a pensar mi vida en global, pues me había convertido hacía unos meses y estaba conociendo a una chica… pero, como dice el profeta Isaías: sus caminos no eran mis caminos. Una certeza interior de vocación sacerdotal anidó aquella tarde en lo más profundo de mi corazón, mientras rezaba frente a las reliquias del milagro eucarístico y el sagrario en la iglesia del Cebreiro. Y así hasta hoy.
Cuéntenos algunos de esos milagros físicos y espirituales que usted vio y vivió a lo largo del Camino.
Un milagro físico lo viví en primera persona. Lo cuento en el epílogo del libro: ‘El Camino en tiempos de Covid’. Aunque, permítaseme, para mí el mayor milagro es que yo hoy sea sacerdote. Como milagro espiritual, destacaré una salida de una depresión de un conocido tras el Camino y la conversión de otro. Y otro milagro físico… un hombre de unos 50 años, Pietro, italiano, que tenía la columna fatal e hizo el camino desde St. Jean llevando la mochila en una bicicleta que empujaba con sus manos. ¡Por lugares increíbles! El tío empezó flojo, pero se puso a tono y caminaba 30 kilómetros por día. El apóstol le dio una fuerza que no tenía.
Actualmente es usted sacerdote de la Archidiócesis de Madrid, ¿Cuál es su dedicación pastoral?
Soy vicario parroquial en Nuestra Señora de las Nieves, en el norte de la ciudad. Además, coordino la pastoral de jóvenes en la vicaría VIII y soy capellán de la residencia de ancianos Ballesol Mirasierra. Y lo que más hago es escuchar a la gente. Varias horas al día, decenas de personas cada semana. Y suelo dar charlas a jóvenes y matrimonios. ¡Y desde la pandemia he vuelto a escribir!
Usted, que ha tratado con tantos jóvenes, no solamente a lo largo del Camino, también como técnico en las categorías inferiores del Rayo Vallecano del 2007-2010, ¿cree que están bastante alejados de Dios y de la Iglesia?
De la Iglesia desde luego, aunque la cosa no está tan mal como parece. En los barrios con gente mayor no hay jóvenes en las iglesias, es verdad, pero es que tampoco hay un exceso de gente joven en las calles. Allí donde hay vida familiar, hay jóvenes católicos. Y de Dios, aunque en sentido último no se puede separar de la Iglesia, diría que hay menos distancia, porque sí hay una cierta creencia trascendental. Y ahí es donde tenemos que dar respuestas: que la gente sepa reconocer que Jesucristo es aquello que puede saciar en plenitud su corazón. Y, desde ahí, vendrá todo lo demás.
La Iglesia actual, ¿es una iglesia en salida como pide el Papa Francisco o es una Iglesia acomodada?
Lo que me cuestiono directamente es si acaso la Iglesia no ha quedado en la periferia de la sociedad. No creo que haya demasiado acomodo en las nuevas generaciones, porque ya venimos de una sociedad secularizada en la que irte al seminario es, incluso, trasgresor. Otra cosa son nuestros mayores, que no han vivido eso y que muchas veces, es cierto, ya no tienen tanta fuerza para salir a plantear ciertas batallas culturales, morales y espirituales. Pero esto no es unos u otros, esto es un todos o todos, porque hacen falta sacerdotes misioneros, sí, pero también otros que, estando en las parroquias, hagan de ellas lugares de referencia en los barrios. Lugares de acogida materna. Eso es la Iglesia. Los lugares donde los sacerdotes han dejado de estar en las parroquias y no han estado disponibles para la gente se han descristianizado mucho más que aquellos lugares donde las parroquias han permanecido abiertas con presencia sacerdotal. Deberíamos combinar ambos estilos.