Es costumbre por estas fechas desearse una feliz navidad. En realidad la navidad ya de por sí debería ser feliz, por la buena noticia que se celebra. La primera navidad de la historia se dio en unas circunstancias de enorme precariedad, pero no es difícil suponer que, a pesar de todo, María y José estarían muy felices. Igualmente podemos decir que cuando los cristianos comenzaron a celebrar la navidad, siempre de manera muy sencilla y austera, se sentían muy felices. Y esta forma de vivir la navidad, muy feliz, ha llegado prácticamente a nuestros días, al menos de nuestra infancia. Todo empezó a estropearse cuando se metió por medio la sociedad de consumo y la pérdida de sentido religioso.
Cuando la navidad se reduce al disfrute de los bienes materiales, y estos faltan, es normal que haya gente que se sienta frustrada, unas veces porque faltan estos medios y siempre porque estos no llenan. Cuando lo que se celebra no es la cercanía de Dios a nuestro mundo, es normal que se sienta un enorme vacío. Cuando uno intenta pasarlo bien egoístamente, incluso derrochando, olvidándose de los que lo están pasando mal, tiene motivos suficientes para no conseguir ser plenamente feliz.
Recuerdo haber visto una vez un titular que decía: “¿quién ha matado a la navidad?”. Y es que realmente la estamos asesinando, haciendo de ella algo artificial y hueco. En nombre de la navidad intentamos ser buenos unos días, aunque el resto del año nos matemos unos a otros.
A pesar de todo esto, es posible hablar de una feliz navidad y sabemos que hay muchos que así la viven, incluso durante todo el año, porque la fe les ayudado a descubrir en el que ha nacido en Belén el verdadero sentido de la existencia. Ojalá se pueda seguir diciendo: Feliz Navidad.