Independencia

Los salvajes atentados de París tuvieron, a mi entender, una única consecuencia positiva: se dejó, durante unos días, de hablar de la independencia de Cataluña y quedó aparcada la bronca entre Artur Mas y el resto del mundo que no comparta sus planteamientos.

El candidato a President debió de darse cuenta de que, en unos momentos en que el mundo estaba sobrecogido por la barbarie de los atentados, resultaría excesivamente frívolo seguir machacando al país con los agravios, los desplantes y demás humillaciones con que el opresor español obsequia a  Cataluña.

Dejó de hablarse por unos días del “solemne inicio del proceso de creación del Estado catalán en forma de Republica”.

Y uno, que es un ignorante, se pregunta:

¿Por qué una República? ¿Han consultado a la ciudadanía qué tipo de Estado quiere?

Porque podría darse el caso de que el pueblo catalán, que es sabio, no estuviera muy de acuerdo con que un tipo, sobre el que planea la enorme sombra del 3% y otros asuntillos, fuera el Presidente de la República de Cataluña.

Quizá los catalanes prefirieran, si se les convocara a las urnas, una monarquía, con lo que habría que buscar  al heredero legítimo de Borrell II o, en su defecto, de su tía Ermengarda de Barcelona, porque habría sido desechada la línea dinástica de Wifredo el Velloso, por aragonés, y la de Jaime I, por valenciano.

Claro que, una vez abierto el melón, y celebradas infinidad de reuniones sin lograr un consenso, podríamos asistir al triunfo  de los defensores de los derechos dinásticos del Conde de Barcelona.

Reconozco que no estoy muy puesto en el tema, pero el último Conde  de Barcelona que recuero es Don Juan  de Borbón, abuelo del Rey.

Llegados a este punto, Artur, cuenta con mi apoyo incondicional para que celebréis el referéndum, siempre, claro está, que se incluya la pregunta: ¿Qué tipo de Estado prefiere, República, Monarquía o triunvirato?

Podríamos echar unas risas.

Y mientras, ¿qué hace Mariano?

Se dedica a hacer de comentarista deportivo y a autoaplicarse su famosa máxima: “Mejor callar que no decir nada”.

¡Ya te vale, Mariano!

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