avance del fuego independientemente del tamaño del dispositivo de extinción, es decir, son tan intensos que no es posible apagarlos por muchos medios materiales que destines, pues la intensidad del fuego convierte los medios en ineficaces. Es una cuestión física, no un problema tecnológico.
En esta situación, los medios terrestres no lo pueden combatir sin arriesgar la vida de los que participan en la extinción. Los medios aéreos tampoco son efectivos porque la cantidad de calor que producen hace que el agua se evapore antes de llegar al suelo, siendo en algunos casos su intervención contraproducente, ya que el vapor de agua es mejor conductor del calor que el aire.
Esta intensidad del fuego depende directamente de la cantidad de vegetación (combustible) viva y muerta que hay en el lugar, así como de lo seca que se encuentre, en función de las condiciones atmosféricas. Las olas de calor extremas producen que las temperaturas nocturnas sean muy altas, por lo que la vegetación viva, en especial los pinos, se defiendan ralentizando su metabolismo, una situación óptima para la propagación de un incendio de copas de gran intensidad. En estas condiciones, el viento pasa a convertirse en un factor secundario pues el incendio es capaz de modificar las condiciones atmosféricas de su entorno debido a la inmensa cantidad de energía que libera. Lo esencial es la cantidad de combustible en disposición de arder.
Pongamos como ejemplo una barbacoa, con un kilo de leña seca, la intensidad del fuego te permite estar cerca y manipular lo que estés asando. Sin embargo, si estuvieran ardiendo diez kilos a la vez, la intensidad del fuego no permite ni acercarse, pues te quemarías sólo con el calor que desprende sin necesidad de que te alcancen las llamas.
En los incendios forestales ocurre exactamente lo mismo, cuando se dan ciertas condiciones y la intensidad del fuego es muy alta los medios terrestres no pueden acercarse al incendio sin poner en riesgo la vida. En esta situación es imposible tratar de apagarlo y no queda más remedio que dejarlo avanzar hasta una zona en que la cantidad de vegetación sea menor y permita intentar sofocarlo. La táctica habitual consiste en anticiparse y calcular cual es el mejor lugar donde eliminar el exceso de vegetación antes de que lleguen las llamas, incluso quemándolo controladamente mediante contrafuegos pues este fuego táctico es el medio más rápido y efectivo.
Al frente de los equipos están los jefes de extinción, estrategas con muchos años de experiencia en incendios. En nuestro país contamos con algunos de los mejores del mundo. Muchos de ellos llevan años denunciando que cada vez serán más frecuentes los incendios fuera de la capacidad de extinción, porque el problema del exceso de biomasa es acumulativo. Si el monte no se limpia, se acumula año tras año a la vez que el cambio climático provoca que cada vez sean más frecuentes las olas de calor extremas.
En este sentido, las políticas públicas de gestión del riesgo de incendio forestal siguen centrando el mayor esfuerzo presupuestario en la extinción, pero cada vez se hace más necesario aumentar el esfuerzo en prevención para mantener el problema en parámetros asumibles socialmente. No se trata de desmontar los dispositivos de extinción, sino de aprovechar su experiencia para realizar trabajos de prevención durante todo el año, en colaboración con la población rural y aprovechando el conocimiento científico disponible.
Durante los últimos veinte años es prácticamente imposible encontrar ningún estudio o publicación científica que defienda un modelo de exclusión del fuego como base del diseño de las políticas de riesgo de incendios, aunque sea defendido por ciertos colectivos de presión. No es un problema de culpables, de quién “provoca” el incendio. Cuando en una cocina de butano hay un escape, la cuestión no es de quién ha encendido la luz provocando la explosión, sino porque no se reunían las condiciones de seguridad necesarias para que esto no ocurriera.
La única alternativa al riesgo de los incendios fuera de capacidad de extinción es revisar las políticas de gestión del riesgo de incendios. Con un bosque limpio y cuidado, sin exceso de biomasa, este riesgo es más controlable que en un escenario en el que la inacción o la falta de gestión hayan permitido la acumulación de combustible. En todos nuestros pueblos escuchamos que los incendios se apagan en invierno. Si el saber popular lo tiene claro y lo que hacemos no funciona, pues el problema es mayor cada año que pasa, ¿por qué no probamos?
José Mª Martínez Navarro, geógrafo, y José An. Montero, periodista ambiental.