Resulta de escándalo las últimas encuestas en la que se coloca a la clase política como la gran preocupación de la sociedad. Lejos del desempleo, la crisis económica e incluso de la pandemia del coronavirus. La gente, nosotros, hemos puesto en el centro de la diana a la clase pública por excelencia, a los padres de la patria, a nuestros representantes institucionales.
Y esto es así porque medio siglo después de la experiencia democrática más estable y larga de la historia de España el sistema que nos dimos, la democracia parlamentaria ha entrado en crisis, cuesta abajo y sin frenos. A la llamada para ostentar cargos públicos, desde el más modesto de los presidentes de juntas vecinales o pedáneos hasta el presidente de Gobierno hay una hinchazón de clase política. Un atragantón en el número cuantitativo y cualitativo de diputados, senadores, procuradores regionales, diputados provinciales, concejales y todos aquellos más que en interminables organismos vive del pueblo y sin el pueblo.
Pero si mantenemos una estructura política a todas luces excesiva, no es menos cierto que adolece de calidad, de sentido del Estado y de envilecimiento en sus planteamientos en el cara a cara con la realidad diaria. Me explico. No son sólo muy costosos para la sociedad que dicen representar, sino que también son malos de solemnidad en su generalidad, siempre con excepciones, pero torpes, egocéntricos y vacíos por dentro. Ya no hay ideología, sólo dialéctica. Ya no hay sentido del deber, sino senderos que trepar en carreras personales con una sigla cualquiera. Se ha confundido, a fuer de usarse, el mismo sentido y mecanismo que vender detergentes a vender líderes de cartón piedra.
Pero si el partido empresa es tan sólo una máquina de captar poder e inundarlo todo: Justicia, Ejecutivo, Legislativo…También el cuarto poder, el nuestro de la prensa y la economía han sufrido un duro golpe. Al crear riqueza para repartirla en la sociedad bajo la premisa del buen empresario, se ha vuelto a un capitalismo salvaje que sólo camina hacia el monopolio de la forma que sea, camuflándose en verdaderos imperios muchas veces gobernados por seres que parecen irreales por falta de honorabilidad y humanidad.
En ABC
El título me resulta beligerante y asusta un poco, pero, en cambio el discurso es elocuente, necesario y se sitúa de parte de la racionalidad y la tolerancia.
Es de agradecer señor García Nistal.