La nueva etapa que se abre en el Partido Popular de Castilla y León arranca ya con unas características definidas. La clase política de cartel electoral y cargos públicos ha quedado relegada a un segundo plano frente al grupo de jóvenes nacidos en los últimos años del anterior régimen y que han crecido como personas y como políticos en los distintos organigramas internos del PP. Jóvenes aún, con notables currículums que los hacen a la vez expertos en esto de la política. Nombres los hay a pares: Alfonso Fernández Mañueco, Raúl de la Hoz, Javier Lacalle, Eduardo Fernández y tantos otros a lo largo y ancho de la Comunidad.
Se ha tirado de cantera, con alguna pequeña excepción, y definitivamente se ha hecho un punto y aparte con lo que puede significar por un lado «la Junta» de estos casi 15 años y por otro «el partido». Aunque ambos tienen multitud de vasos comunicantes.
Otro rasgo ha sido el de la municipalidad y provincialidad de la Ejecutiva. Si en algo radica la fuerza de un partido político es en mantener presencia en alcaldías y entidades menores; estar pegados a la tierra y a la gente que la habita. En Castilla y León, donde el mundo rural abunda junto con la existencia de las capitales provinciales urbanas, se encuentra el núcleo de poder, de servicio y de engranaje de la vida de la Comunidad. Algo que sólo quien ha sido concejal o alcalde sabe de qué se trata. Mentes así son las que deben encontrar respuestas a los problemas de despoblación, oportunidades laborales y mantenimiento de los servicios públicos en tan amplia región.
Pero a penas los ecos del Congreso regional se van atenuando cuando saltan a «los papeles» el pistoletazo de salida para los provinciales. Las heridas, que las hay, hacen por este orden: León, Valladolid, Soria y Ávila las citas más… delicadas.
ABC