La noche antes de que empezara el confinamiento, Federico Rao salió de Ponferrada en su vieja furgoneta; la que había utilizado durante muchos años para ir a vender por los pueblos del Bierzo hasta que se jubiló en 2016. En la furgoneta iba una tienda de campaña de color verde oscuro y varias cajas con viandas, aparte de dos sacos de dormir y algunas otras prendas de abrigo, pocas.
Llegó a Balouta a la una de la mañana y allí descargó gran parte de las cajas con alimentos no perecederos que transportaba en un amplio local que tenía su amigo Telmo Pradela en la antigua cuadra de su casa. Dos horas después, Federico y Telmo salieron de Balouta tras comprobar que no había luz en las doce o quince casas que suelen permanecer habitadas en la remota aldea. Tomaron la carretera rural que lleva hasta la provincia de Lugo. Llevaban las luces del coche apagadas, y avanzaban a paso humano para no salirse de la pista.
Unos tres kilómetros más adelante detuvieron la furgoneta en un recodo, tal y como habían previsto días antes, durante una visita previa a la aventura, y desde allí fueron ascendiendo a pie con la tienda de campaña y otros pertrechos hasta la media ladera de un espléndido bosque de robles y abedules. Allí se ubicaron en un lugar muy recóndito donde Federico montó la tienda, guardando la distancia de seguridad con su amigo.
Al poco se despidieron los dos hombres. Telmo bajó hasta la carretera, arrancó la furgoneta, llegó a Balouta y guardó el vehículo en la antigua cuadra, cuyas puertas, desde entonces, nunca se han abierto.
A cuatro mil pasos de allí comenzaba la secreta aventura de Federico Rao, un hombre de 68 años, soltero, que tuvo una vida sencilla, pues antes de terminar su tiempo laboral vendiendo por los pueblos, había sido uno de los últimos maquinistas de los trenes mineros de Laciana. Luego, cuando perdió su empleo, abrió un bar en el barrio de la Placa, que fracasó por una muy acusada falta de clientes. Luego compraría su furgoneta, de tercera mano, con la que resistió muchos años por las carreteras más escarpadas del Bierzo. En cuanto a su vida privada, nada se sabe más allá de que vivía en un pequeño piso del barrio del Gericol. Eso sí, tuvo buenos amigos; el mejor Telmo Pradela, algo más joven que él. Telmo, aunque tiene una casa en Balouta, vive en Ponferrada por motivos laborales.
Federico Rao es muy aprensivo y no se fio de las previsiones de la salud pública. Por eso decidió pasar toda la crisis del corona virus, durara lo que durase, en un aislamiento absoluto, en el monte. Ni siquiera se acerca a Telmo Pradela cuando, cada quince días, según han quedado los dos hombres, sube al monte, siempre de noche, con sus provisiones. Telmo deja las cajas con alimentos a unos cincuenta metros, y allí las recoge Federico.
Nació así un tiempo largo y feliz, inesperadamente feliz para Federico, quien cada día se siente más contento en el monte, en la soledad absoluta, y con la compañía emocionante de los animales, algunos nada menos que osos o lobos, pero que siempre respetan la tienda de campaña y la figura insólita de Federico quien, por otra parte, no se separa nunca de su rifle de caza. Y que piensa seguir en su escondite, según le dijo hace días a Telmo Pradela, hasta que no pasen varios meses después de que se declare oficialmente concluido el estado de alarma. Federico ha descubierto una nueva felicidad, en la que afirma reflexionar mucho sobre su vida, sobre sus padres, muertos hace tantos años, sobre infinidad de aspectos de su pasado; sobre sus errores y sus aciertos. Y a ratos, mientras piensa que los días más dichosos de su vida son los que vive ahora, como si fuera un hombre primitivo, tampoco olvida ilustrarse: le gusta leer cada día la Biblia y el Quijote, únicos libros que se llevó al monte. En realidad, los únicos libros que tiene. Pero que son suficientes.
CÉSAR GAVELA