…desde que vine al mundo, porque así tocó sin que nada tuviera que decir, que no eran tiempos de preguntar a los que se encontraban en ese trance si tal condición debía ser aceptada sin más o cuestionada en función de la circunstancia sociopolítica del solar que acogía a las madres parturientas.
Durante años, muchos años, y al estar la modernidad asociada con usos y costumbres de latitudes más al norte y más democráticas, la necesidad estética de adquirir tal marchamo nos enloqueció al punto de “confundir el culo con las témporas”, incluyendo –que nadie lo dude– el abandono por casposa de la propia condición de españoles.
Y como siempre ocurre, porque así es la naturaleza de las cosas –también la humana–, las aguas volvieron a su cauce y hoy ser español no está pero que nada mal; el destape y otros “penduleos” cayeron en desuso, los ultras se fueron a sus casas y las izquierdas subieron al poder, que es lo que mola, y a vivir que son cada vez más días. Todo muy normal y previsible.
La cosa cambia cuando al rebufo de toda esta maravilla que es –por primera vez en nuestra Historia– vivir con un margen de libertad individual y colectiva aceptable, algunos persisten, como adolescentes enquistados en su inmadurez, en seguir con la misma matraca elevando, incomprensiblemente, necedades del tamaño de puños de gigante a la categoría de principios. Y por ende, basándose en ellos, desarrollando una acción política imprevisible en sus consecuencias.
Yo, en cualquier caso, me posiciono sin ambages y acepto encantado ser un “españolito” más, que ya lo decía Machado, que era un visionario además de poeta de los de verdad.
Un poco etéreo, pero completamente de acuerdo.