Es triste pensar que el pasado fin de semana empezamos nuestra Escuela de Igualdad de Salamanca con un minuto de silencio porque había sido asesinada otra mujer a manos de su pareja. Es triste que un día como el sábado que celebrábamos 83 años de un gran avance, el voto femenino en nuestro país, estuviéramos denunciando que nos siguen asesinando por ser mujeres.
Ser mujer es un orgullo, un verdadero orgullo, pero no es una virtud y nunca, nunca, debe ser un obstáculo y menos una condena.
Como dijo la sufragista estadounidense Elisabeth Cady Stanton, “la prolongada esclavitud de las mujeres es la página más negra de la historia de la humanidad”. Y así es, y más negra es aún cuando esa esclavitud termina con un asesinato. Del mismo modo, han sido arrancadas de los libros y de la memoria colectiva miles de páginas que han sido firmadas con nombres de mujeres que han conseguido grandes logros. Arrancadas y olvidadas, pero está en nuestras manos recuperar esas páginas y escribir muchas más.
Eso se consigue con implicación, reivindicación y activismo. Pero activismo 24 horas y en cada detalle, porque son verdaderamente importantes los pequeños gestos, las acciones diarias para desactivar este virus que desde hace demasiado tiempo infectó el mundo.
Y cuando hablo de pequeños gestos me refiero a que no borremos a las mujeres como si no existieran con un lenguaje exclusivo, que corrijamos a nuestros familiares y amistades cuando cometen (macro)micromachismos que perpetúan de forma sutil e invisible los roles y estereotipos que día a día encorsetan a hombres y, especialmente, a mujeres. Que no miremos para otro lado ante la violencia machista.
La violencia machista es la más terrible y brutal demostración de la desigualdad que sufrimos las mujeres y que hemos heredado de un heteropatriarcado misógino que hay que eliminar de una vez por todas. Taparnos los ojos, la invisibilidad, sólo sustenta esta sociedad que discrimina, veja, menosprecia y no comprende la grandeza de la humanidad: ser diferentes.
Ahora, nos toca ser médicos y médicas para curar esta sociedad que, muy a nuestro pesar, está gravemente enferma de machismo. La cura es el feminismo.
Pero es triste que a día de hoy, en pleno siglo XXI y después de tantos años de lucha feminista, y muchos esfuerzos explicándolo, aún muchas personas no entiendan qué es el feminismo e incluso sea rechazado por el grave error de no tener ni idea de lo que significa y representa. «Igualdad», ¡qué palabra tan bonita y con tanto sentimiento y significado tras de sí! «Feminismo», mismo sentimiento y significado y además, enorme implicación e ilusión por lograr vivir en un mundo más justo con la otra mitad de la humanidad.
Si ya de por sí duele que no se entienda la grandeza del feminismo, más doloroso es escuchar que ya vivimos en una sociedad igualitaria donde no se discrimina a nadie. ¡Qué gran mentira!
Nos están matando por ser mujeres, atacando por no ser heterosexuales, oprimiendo por no tener las medidas que se exigen, dejando de lado por no tener las mismas capacidades, humillando por no nacer en este país o no tener el mismo color de piel. Nos están discriminando, en definitiva, por no cumplir los estereotipos, roles, cánones y formas de vivir y amar retrógrados que tristemente seguimos heredando generación tras generación.
Y me pregunto lo mismo que la activista Angela Davis, “¿por qué aprendemos a temer el terrorismo pero no el racismo, no el sexismo o machismo, ni a la homofobia?”
Me pregunto, por qué esta sociedad no se estremece y actúa cuando vemos en los medios de comunicación que no se respetan los derechos humanos en los CIES; cuando hay mujeres que son asesinadas por sus parejas; cuando se viola a una chica y encima se dice que es su culpa porque va provocando; cuando se “caza maricas”; cuando desde las instituciones no se actúa y se deja en el más terrible abandono a quienes más lo necesitan permitiendo que se vulneren sus derechos, como con las y los refugiados; cuando un Gobierno recorta en protección frente a la violencia machista y se convierte en el cómplice del verdugo de muchas mujeres año tras año.
Vivimos en un mundo que indigna y avergüenza, que asquea. Queda mucho por hacer y trabajar, y es muy necesario nuestro activismo y compromiso.
Estamos en un momento en el que resulta muy necesario el socialismo, y más aún la educación, pero de la buena, la de calidad que no adoctrina ni impone, sino que construye la ciudadanía del mañana.
Como decía Concepción Arenal, “abrid escuelas y se cerrarán cárceles”. Eso no quería decir más que para cambiar esta retrógrada sociedad hay que ir a la raíz, educar a las futuras generaciones y no negarles el patrimonio más preciado que nadie les podrá expropiar una vez adquirido: su formación. Son quienes con su paso barrerán el odio y la intolerancia y construirán un futuro igualitario, justo y solidario, el futuro feminista que merecemos.
La educación en, por y para la igualdad es clave, como nuestro compromiso, y lograr que las instituciones y la ciudadanía también se comprometan es primordial.
Luchemos juntos y juntas por un futuro de tolerancia, respeto y feminista, limpiando este presente de machismo, LGTBfobia, racismo, incomprensión y odio. Como decía Rosa de Luxemburgo, “luchemos por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.
En definitiva, encendamos la igualdad.