La formación populista de ultraizquierda Podemos se encuentra sumergida en pleno proceso electoral para elegir liderazgo en Castilla y León. Hasta hoy, el referente nacional es Pablo Iglesias que ha ido, al más puro estilo Stalin, purgando la dirección de su partido para quedarse como número uno indiscutible.
En Castilla y León el cartel de este partido es, cuando menos, más amable. Hablamos de otro Pablo, Fernández. El chico rubio de melenas y barbas, cual Jesucristo Superstar del siglo XXI predica bien y lanza destellos de moderación que no es la realidad de su jaleado líder y sus bases más profundas. Con Pablo uno se puede tomar un café y hasta unas cañas. Esa es la verdad.
Sin embargo, su actividad como oposición en las Cortes regionales es de un activismo destructivo. Cual Moisés, oírle hablar de la Junta y de Castilla y León es escuchar plagas, el acabose y el alarmismo en tal o cual materia. Un día la población, otro día el empleo, otro la corrupción…
Sin quitarle algo de razón a sus declaraciones y proclamas, en realidad, el líder podemita no puede desembarazarse de lo que realidad es y representa, esto es, el lado más radical de la izquierda que por no aceptar no admite ni las reglas democráticas que nos hemos dado; empezando por la Constitución y la España de las autonomías. Eso bien sabe Pablo y sus dos contrincantes, grandes desconocidos, que deben dejarlo para las arengas internas y no para las declaraciones en los medios de comunicación.
No debemos de perder de vista, por mucho que nos envuelvan con papel de oro y lazo de seda el paraíso terrenal, las pagas sin trabajar y lo público como única fórmula de sociedad estatal. La libertad individual y el humanismo ya sabemos por experiencias en otros lugares a dónde quedan relegadas…a la nada más absoluta.