Para muchos de los representantes locales públicos este es el último agosto de su periplo político. Hay quien entre el calendario de ferias, mercados, fiestas, actividades culturales y agendas estivales no se está dando cuenta. De hecho, hay quien aterrizó circunstancialmente en su cuota de poltrona y parece haberle cogido el gusto, pues ya no sólo en los círculos cercanos, sino en algún otro medio se atreve a anunciar que le gustaría repetir. Y es que la política es una droga, pues engancha. Como enganchó al honorable y resultó ser la séptima fortuna de España, esa que tanto odia pero que tanto le ha dado.
Acabo de colgar el teléfono y un amigo, ahora en un cargo de relumbrón cultural regional, me comentaba al respecto que, “claro, a mí también me gusta veranear en Santi Petri, o como demonios se diga, y no querer volver al puesto de fotocopista en el organismo de turno para seguir siendo autoridad”. Y es que España es un país donde el egoísmo es dogma, y el superego se lleva en los genes. Yo recomiendo escuchar a los que han tenido altos puestos de responsabilidad pública o privada. El otro día, sin ir más lejos, un grupo de amigos repasamos durante más de cinco horas aventuras y desventuras de nuestra política contemporánea reciente. Aprendí mucho. Me lo pasé mejor. Y mis compañeros de tertulia recordaban, ahora que no son el centro del objetivo informativo lo fariseo de las relaciones durante sus etapas. Cuántas palmadas en la espalda, favores hechos y luchas emprendidas. El trabajo se hizo, y bien. Pero en todos noté ese regusto amargo de la traición en el lado humano de sus legislaturas. Por supuesto, algunos siguen en coche oficial. Otros en la empresa privada. Pero todos estuvieron conmigo al afirmar que en un mundo sin palabra, ni honor, como el que nos quieren imponer, sería imposible vivir. Si no podemos fiarnos de los contratos por escrito, ni de los tratos de cualquier orden; si las propias normas se hacen con trampa o vericuetos para obviarlas; si incluso las relaciones personales o sentimentales carecen de compromiso formal…¿En qué se puede basar uno? La selva psicológica es el resultado de esta dinámica autodestructiva para nuestra civilización.
Pero como no es cuestión de ponernos ácidos ni filosóficos, mejor apuremos los últimos rayos de sol en el corto verano de interior. Quedan muchas veladas por disfrutar aún. El nuevo curso queda aún lejos. En la vieja piel de toro todo parece seguir igual. Pero no. No es verdad. Las caras públicas van cambiando. Más lento de lo que se desea, pero el mundo gira sin parar. Quizás el próximo mes de agosto del 15, tengamos muchas novedades en la pasarela de la información. Ojalá. Hace falta una profunda limpieza y regeneración total y global.