El campus de Somosaguas pasaría desapercibido como tal para la mayoría de los españoles si no fuera porque alberga, entre otras, una de las facultades de la Universidad Complutense de Madrid más emblemática: la de Ciencias Políticas. Y ello no por su prestigio académico, que podría haberlo sido, sino porque entre sus paredes se ha gestado el movimiento que, por uno de esos prodigios que raras veces se dan, se ha esparcido por España y penetrado en muchos de sus hogares, hartos de corrupción y de palabras y, en gran medida, desconocedores de su origen y de sus fines últimos así como del enredo ideológico que le da soporte.
La única vez que traspasé el umbral de esa facultad, con motivo de la matriculación de uno de mis hijos, fue hace ya bastantes años y la impresión que tuve fue la de volver al año 1967 y pisar de nuevo y por primera vez la facultad de Ciencias Económicas de la Ciudad Universitaria de Madrid, ahítas ambas de suciedad, de pintadas y de otras características muy lejos de lo que ha de primar en centros de estudios universitarios, como templos máximos de la enseñanza y del aprendizaje que son o deberían ser. Y según tengo sabido por personas que en la actualidad frecuentan Somosaguas, hoy la situación es la misma si no peor.
Si bien prometo a mis lectores dedicar una de estas reflexiones al movimiento a que hago referencia al principio, a su origen, fin último y enredo ideológico, hoy quiero ceñirme al encabezamiento de este artículo, al último de Somosaguas, título que recae en mi buen amigo y “astorgano de toda la vida” Manuel Pastor Martínez, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y director del Departamento de Ciencia Política y de la Administración en la facultad de Ciencias Políticas.
El hecho es que, dentro de pocos meses, Manuel Pastor se jubilará al alcanzar la edad reglamentaria, abandonando su labor docente y dejando huérfana a esta facultad del último catedrático que todavía se sube al estrado a departir con sus alumnos sobre las ideas y los hechos que giran alrededor o que conforman esa ciencia tan peculiar como es la política.
Y no deja de ser paradójico que un liberal como Manuel Pastor se haya mantenido en su puesto –piensen ustedes que durante años por su cátedra y su departamento ha pasado la cúpula que hoy dirige el movimiento revolucionario de Podemos–, conservando el respeto de sus alumnos, cuando lo normal es que hubiera sido arrojado por la ventana no una sino numerosas veces, metafóricamente hablando, claro está, que de pensamiento e ideología hablo y no de otra cosa.
Para los que lo conocemos, la paradoja no lo es tal dado que su humanidad en lo personal y su humanismo intelectual desbordan y empequeñecen a quienes a él se acercan, con o sin ánimo de polémica, que la empatía y la humildad son cualidades de la buena gente y virtudes en sí mismas de los hombres sabios. Manolo es buena gente y además un hombre sabio.
Nacido hará dentro de poco setenta años, lo hizo en un lugar que, con el tiempo, se ha convertido en parte de un cuadro icónico por estas tierras y no por su causa: la vieja casa de los Panero en Castrillo de las Piedras. Manuel Pastor es hoy un desconocido para casi todos respondiendo así a la pauta seguida por otros, cual es la búsqueda de un futuro más amplio en perspectivas de las que el propio solar les hubiera podido aportar.
Vinculado a los Estados Unidos profesional y familiarmente –causa probable de su escasa presencia por sus tierras leonesas, vive a caballo entre Madrid y Minnesota–, gran parte de su labor investigadora y docente ha girado alrededor de la política estadounidense, pasada y presente, y no en vano fue durante algunos años director del Real Colegio Complutense de la Universidad de Harvard.
Hoy, Manuel Pastor nos sorprende con magníficos y profundos trabajos sobre diferentes aspectos de la historia de España y algunos de sus personajes, además de otros más próximos a nuestro presente. En un solo año, en el último, han visto la luz más de cincuenta de sus trabajos que, a pesar de la insistencia de sus amigos, se niega a que sean compilados en uno o varios libros. Ojalá cambie de idea.
Somosaguas –su facultad emblemática– se queda sin ningún catedrático y yo personalmente desconozco la razón. Quizá porque se ha convertido en territorio comanche y ya no le apetece a nadie con sentido común andar en peleas con adolescentes atrincherados en ideas trasnochadas. No lo sé. O quizá porque el sistema educativo ya no considera necesario eso de opositar a cátedra, filtrando a los mejores, a cambio de entregar la enseñanza al mejos postor. No lo sé.
Lo que sí sé es que el catedrático más joven de España en su momento, Manuel Pastor Martínez, hoy es el último de Somosaguas.
Juan Manuel Martínez Valdueza
17 de octubre de 2016