Todo lector, melómano y, en general, todo aquel que disfruta de las artes en cualquiera de sus manifestaciones, se ha enfrentado alguna vez a la decepción causada por el conocimiento cercano del artista creador de su obra favorita.
Y es normal: el verdadero arte tiene vida propia una vez creado por el artista, superándolo. Incluyendo aquellas manifestaciones artísticas de las que forma parte su autor, como es el caso de los intérpretes y otros personajes-espectáculo, que tantas multitudes arrastraron en el pasado y siguen arrastrando, con independencia del modelo tecnológico en el que vivamos y nos las haga llegar.
Una reflexión sobre lo expuesto, que todos ustedes conocen, es la que se hace Peter Shaffer a través del personaje Salieri en su conocida obra teatral Amadeus. De “error divino” llegará a calificar a Mozart, al enfrentar la mezquindad de su persona con la magnificencia de su música, “inspiración divina”. Asunto sin solución. ¿Acaso renunciaría usted a la música de Mozart por muy vulgar que fuese en su vida privada?
Hace unos días –quizá solo unas horas, que no llevo la cuenta– el conocido director de cine Fernando Trueba, en el curso de un reconocimiento oficial a su trabajo, se ha despachado con unas manifestaciones que han sorprendido, molestado e incluso irritado a más de cuatro con reflejo en los medios de comunicación. Y yo lo entiendo pero, y por ello les suelto este rollo, también les recuerdo lo que acabo de apuntar más arriba: la obra del artista no le pertenece a él sino a todos nosotros. Y más, como es el caso, si a esa obra hemos contribuido a hacerla realidad con nuestros impuestos.
Otra cuestión es, entrando ya en el detalle de la parte “humana” del asunto Trueba, el despiste de los sorprendidos en cuanto a sus manifestaciones más significativas, como son “nunca me he sentido español” o el deseo de que Francia hubiera ganado la Guerra de la Independencia.
Respecto de la primera, fue algo común en su entorno profesional e ideológico durante mucho tiempo, aunque no tanto ahora, la verdad. Y de la segunda qué les voy a decir. Es un axioma del pensamiento socialista español, mil veces expresado y de actual vigencia en muchas cátedras españolas de Historia Contemporánea. ¿Sorpresa? Más bien falta de información.
Si aún así los enojados persisten en desalojar de sus preferencias Belle Époque y otras notorias creaciones de Fernando Trueba, yo les propongo una reconciliación consigo mismos visionando Papá Piquillo, gran película de Álvaro Sáenz de Heredia del año 1998 y protagonizada por Chiquito de la Calzada, repuesta hoy mismo por uno de los miles de canales de los que disfrutamos en esta España tan avanzada, que nunca será icono de la cultura más in, pero que es una gran película que nos acerca a los principios básicos por los que el hombre es hombre y no producto del diseño de unos cuantos iluminados: el amor, la solidaridad, la humildad y tantas otras grandes pequeñeces.
Juan M. Martínez Valdueza
21 de septiembre de 2015