Andan las buenas gentes del mundo rural maragato y alrededores muy agitados últimamente. Y no es por las ayudas de la PAC o enjundias similares. Esta semana ha quedado visto para sentencia en Burgos, que es donde se dirimen estos casos en Castilla y León, el caso del garbanzo pico pardal.
El asunto no es baladí. Desde la noche de los tiempos, o como decía la abuela de los cuentos, desde los tiempos de Mari castaña, en las comarcas leonesas de Maragatería, ribera del Valduerna y Sequeda, una especie de tierra en común entre La Bañeza y Astorga esta última, los agricultores cultivaban un garbanzo, tan español, tan nuestro, tan de la dieta del noroeste, que por la particularidad de la tierra brota con su diferencia específica. Toma ya hecho diferencial catalán.
El garbanzo allí es garbancito, pequeño, muy concentrado en vitamina y minerales y prácticamente sin piel o pellejo. No olviden que hablamos de una tierra de Castilla y León seca, pedregosa y difícil de labrar. Los vecinos de aquellas tierras siempre han llamado a este tipo de legumbre de pico pardal. Un pardal es ese avecilla pequeña que bien puede embuchar en su pequeño pico un garbanzo de esas dimensiones y no otros. La memoria histórica, esta sí, lo atestigua de padres a hijos. Documentos fehacientes sólo se tienen desde hace poco más de un siglo por aquello de las recetas del cocido maragato, donde el garbanzo pico pardal es el plato estrella. En los tiempos de la mercadotécnica un empresario bañezano hace unos pocos años registró como marca pico pardal para designar a sus garbanzos. Y ahí comenzó el lío.
Es tal la industria hostelera y turística en torno al cocido maragato que el turno de la Promotora de la IGP Pico Pardal se topó con el impedimento legal de marca registrada. Y la cosa acabó en juicio. El señor magistrado tiene la palabra.
Publicado esta semana en ABC