Así de fácil. Como si coser fuera fácil y el esfuerzo, la precisión, el trabajo se convirtiera en una diversión porque al hacerlo algunas mujeres tuvieran el ánimo de cantar. Como el cantar lavando se convirtió en indicador de que era un trabajo liviano y divertido, un NO trabajo. Contra toda evidencia. Contra la realidad, que no se percibe si quienes intervienen son las mujeres.
Las mismas mujeres que han cosido a lo largo de la historia y siguen haciéndolo en lugares y momentos en que la economía no es boyante. Las que al coser han podido crear, remendar, reformar, dar nueva utilidad a los harapos, a los vestidos, pantalones, abrigos, calcetines e incluso la ropa interior. Y por supuesto no sólo ni principalmente la de ellas, sino la de las hijas e hijos y las del esposo y otros hombres añadidos que formaran la unidad de convivencia.
Coser como adorno superfluo. Como si eso no produjera con frecuencia más bienes y de más valor y utilidad que los conseguidos con el dinero que entraba en casa por el trabajo de los hombres y el aún más precario y peor pagado de las mujeres si lo tenían.
Coser como si nada
Costureras y modistas ¿amas o criadas? de casa y aprendizas que ayudaban a la economía familiar desde bien pequeñas dejándose los ojos y doblando la espalda; hermanas e hijas que un día de la semana obligatoriamente repasaban los calcetines de todos los hombres de la casa y los suyos propios. Nuestras abuelas, madres, tías, hermanas, toda una genealogía femenina, que aprendían a coser, cortar, tejer y bordar para disponer de lo que de otra forma la familia no iba a conseguir y aún menos las mujeres.
Costureras, modistas y pantaloneras profesionales que cortaban y cosían para otras personas como trabajo añadido a los de servicios y atención de sus familias y casas. Dinero necesario y con frecuencia el sustento principal o único de la familia. Las costureras de tiempos de crisis, más abundantes en la humanidad que los de bonanza.
¿Han merecido alguna vez un reconocimiento público y entusiasta? ¡No!, ni nombres de calles, que mejor fueran colectivos que personales, ni espacios en las revistas de economía ni de moda, ni su producción contabilizada como un enorme aporte al PIB, a la riqueza de un país y a la sobrevivencia y bienestar de sus habitantes.
Tampoco reconocidas como mantenedoras de la familia por lo mucho que ahorraban y lo mucho que producían.
En un mundo dedicado a empacharse de la vista de los productos gloriosos, glamurosos, extravagantes y poco útiles para la mayoría de la población y protagonizado con frecuencia por personajes masculinos, el esfuerzo y la creatividad de las costureras es silenciado. A pesar de que coser, tejer, bordar han sido fundamentales y lo vuelven a ser cuando el dinero escasea.
En este mundo se han valorado más, por principio y sin excepción, los trabajos considerados masculinos. Por requerir aparentemente más fuerza, o más inteligencia, o más libertad de movimientos, o el manejo de maquinarias hechas a medida de los hombres. Mientras a las mujeres se les imponía ser o parecer débiles, tontas y poco capaces excepto para ser explotadas sin piedad al servicio de las familias. Para que así fueran, o aceptaran parecerlo, se les prohibía u obstaculizaba el desarrollo de todas sus otras facultades.
Y así sigue siendo en gran parte del mundo, lleno de “maquilas” y trabajo clandestino en los hogares donde las mujeres dejan la salud para conseguir ganancias escasas de las grandes empresas de la moda y la confección.
Norma de vida:
Nada que hayan hecho o hagan solo o mayoritariamente las mujeres debe ser resaltado ni valorado porque se cae el tendejón de la superioridad masculino.
De ahí lo de “Tan fácil como coser y cantar”
Pero las labores (lo que hasta en los libros de familia figuraba aplicado a la ocupación de las mujeres como sus labores o más claro las labores propias de su sexo sin que ello aludiera a los servicios sexuales hechos a los hombres) son como coser, confeccionar ropa y tejer o bordar, trabajos de enorme precisión, que exigen una mezcla de inteligencia, habilidad, concentración, esfuerzo mantenido y con frecuencia gran creatividad, para reconvertir prendas, para sacar belleza o utilidad de materiales sencillos, para abrigarse y engalanarse.