El poder de la palabra, la elocuencia, el lenguaje corporal, el escenario, las luces, el sonido y toda la tramoya son fundamentales para un buen resultado del mitin electoral. Con el paso de los años y la multiplicación de los canales de información el mitin va perdiendo asistentes, aún así, incluso con los convencidos y cargos asistentes de las mismas siglas el mitin se ha transformado en un espectáculo en sí mismo para cuando llegue a través de los medios a la opinión pública.
Famosos eran los avisos a los candidatos para reservar ese minuto de gloria cuando retransmiten en los telediarios e informativos. Los aplausos resonaban tras la arenga correspondiente. En nuestros orígenes democráticos, vuelvo a recurrir a la figura de Julio Feo, quien inventó un aparatito que debajo del atríl encendía la luz roja para que terminaran de hablar los secundarios para dar paso al líder, a Felipe González. O Miguel Ángel Rodríguez que adaptó los medios audiovisuales con señal propia, para controlar la realización y darla así con los planos queridos a las televisiones que viajaban con la carabana de Aznar. Incluso a los candidatos o cargos secundarios que alargaban su discurso se les llegaba a subir el volumen de la sintonía del partido para hacerlos callar.
Un mitin tipo no puede durar más de una hora. Y los discursos secundarios diez minutos o incluso hasta quince, dejando a la estrella o candidato número uno veinte minutos y hasta media hora si es un buen orador.
La caravana electoral se nutre de todos los periodistas designados por sus medios para seguir al líder determinado. A veces en minibuses otras en autobús. Al final todos se hacen amigos a pesar de su competencia e incluso de ahí salen futuros jefes de prensa institucionales. Otra cosa es el equipo asesor. No más de cuatro o cinco personas cada uno con sus funciones determinadas. Las previsiones, la infraestructura, la agenda personal, el documentalista o redactor de discursos…En esto del discurso merece por su importancia un comentario aparte. Hoy quedémonos con el espectáculo del mitin que, en los pequeños pueblos y ciudades medianas suelen ir acompañados con una merienda y algo de música al finalizar. Todo para dejar claro los puntos programáticos y las frases pensadas que deben repetirse por los asistentes hasta el último día de campaña. La imagen de multitud, de alegría y de cercanía valen más que mil palabras o flayers.