El propósito de Davillier y Doré cuando llegan a Astorga, un martes de octubre 1871, no es solo conocer la ciudad, sino ver en su propia tierra a los maragatos, como es común en los viajeros europeos. Por ello, Davillier, de la catedral asturicense, junto al retablo de Becerra, se fija en Pedro Mato, al que considera, según la creencia tradicional, “un famoso carretero que pertenecía a la clase de los maragatos y, según se dice, dejó una considerable cantidad a la catedral. Está representado con el traje nacional, teniendo en su mano una especie de bandera”. Considera a Astorga si no capital, sí la ciudad más próxima a la Maragatería. Recuerda cómo en su anterior estancia en Madrid “en los alrededores de la plaza Mayor”, pudieron ver que un cierto número de maragatos se habían establecido como pescaderos, e incluso ahora amplía su actividad comercial a la de “vendedores de chorizos o de otros comestibles”. Como sucede en Astorga mismo, pues al ser día de mercado también tuvieron ocasión de distinguir “a los maragatos y a los demás aldeanos de los alrededores”.
Davillier, para demostrar hasta qué punto los maragatos son “apegados a sus antiguas tradiciones”, templados y de espíritu comercial, reproduce literalmente un episodio de otro famoso viajero, protestante y políglota, George Borrow (el Jorgito inglés), que le aconteció durante su estancia en Astorga. Había llegado a la “ciudad amurallada” en el verano de 1837, con el afán, como en otras poblaciones, de divulgar la doctrina bíblica, con la venta del Nuevo Testamento. A Borrow no le prestaban atención, pero un día se acercó a un maragato, le mostró el libro y le explicó pacientemente su contenido, la vida de Jesús según los evangelistas, historia de los apóstoles…; y al final dice que esto le sucedió:
«Él me escuchaba o parecía escucharme con paciencia, echándose al coleto de vez en cuando copiosos vasos de un enorme cántaro de vino blanco que tenía entre sus rodillas. Cuando acabé de hablar me dijo: ‘Mañana parto para Lugo, adonde he oído que marcháis también, si queréis enviar vuestro equipaje me encargaré de él por… (y fijó un precio muy elevado). En cuanto a lo que acabáis de decirme, comprendo muy poco de ello y no creo una palabra. Sin embargo, de las Biblias que me habéis enseñado cogeré tres o cuatro. No las leeré, es verdad; pero creo que podré venderlas más caras de lo que me las venderéis’».
De la Maragatería, el ilustre hispanista, en la entrega sobre Astorga da cuenta de cómo “ocupa un terreno accidentado y poco fértil”, pero del que “las maragatas sacan el máximo provecho mientras sus maridos se ganan la vida por los caminos”, y como en las demás partes del reino de León hacen “del hombre la obligación”. Ensalza de ellas “su robustez “, pareja a la del varón, e insiste en su labor agrícola: “labran los campos, los siembran y hacen la cosecha”. Dado que no ve a las maragatas en día festivo, sino realizando las faenas del campo, a la hora de describirlas no reseña nada especial de su aspecto; su traje es el común en los labriegos de las dos Castillas, “de paño grosero”, “de paño pardo”; y se recogen el pelo en dos trenzas “que cuelgan sobre la espalda, como las de las mujeres del País Vasco”. Por contra, vuelve a describir la vestimenta del hombre, con la sustitución de las polainas por las medias, que eran habitualmente blancas y él dice “de color”, sin mencionar la camisa, y con algunos detalles nuevos como el de los herretes que rematan los cordones de seda de la armilla; presta una atención especial a las bragas, a través de una plástica comparación, para recordar un dicho famoso: «Sus bragas son tan amplias que, si en vez de sombrero llevasen turbante, se les confundiría de lejos con esos vendedores de dátiles o de babuchas que se ven en las grandes ciudades de España. Esta amplitud de sus calzones nos recuerda una caricatura popular que representa a un maragato con esta leyenda: ‘En la Maragatería / no hay paño en economía’».
A partir de unos apuntes del natural, Doré recreará este otro maragato, un carretero que encuentran, por azar, después de abandonar la ciudad; pero con prendas propias de un traje de fiesta: polainas, armilla, cinto con exterior bordado… Tenían fijado como próximo destino Galicia. Hasta Brañuelas pudieron llegar en tren, pero a partir de esta población se interrumpía la vía férrea, por lo que tomaron una diligencia. Según van atravesando El Bierzo, Davillier admira su valle “verde, sombreado, con grandes bosques de castañas y nogales, vastos campos de lino y límpidos arroyos”; para aliviar la carga, en una cuesta los viajeros deberán bajarse de la diligencia:
«Al subir a pie una cuesta encontramos a un maragato que conducía a Lugo una carreta llena de enormes castañas de El Bierzo. Trabamos conversación ofreciéndole un gran puro, que aceptó sin ceremonias, pero a condición de que aceptásemos unas castañas. Y se puso a atiborrar nuestros bolsillos. Este rasgo pinta perfectamente uno de los lados del carácter aldeano español, siempre orgulloso y generoso».
Entre los dos dibujos de los maragatos se aprecian notables diferencias, buena muestra de la gran capacidad de Doré de trasvasar a la imagen su mirada escrutadora: el primero, en el entorno de la calle Mayor de Madrid, es el de un joven de aire informal y mirada displicente, con traje de faena, mientras que el carretero es un hombre maduro, de expresión recia y serena y con su rica vestimenta al detalle pintada.
Este generoso legado hemos recibido de tan ilustres viajeros: un vivo relato sobre nuestra ciudad y la Maragatería y tres preciosos grabados, de títeres y de maragatos; publicados en una revista pionera en la difusión turística y que hoy aún, traspasados al libro, sigue gozando de gran estima y actualidad en todo el mundo.