Pedro Piñero de la Rodera, hijo de Juan y María, nacido el 6 de julio de 1768 en la localidad de Andiñuela de Somoza (perteneciente al municipio de Santa Colomba), fue un modesto carbonero que residía en Talayuela, cerca de Plasencia (Cáceres) hasta que en 1799 -quizá empujado por la mala situación económica a la que acompañó el bajo precio de las armas y la escasa eficacia de las fuerzas de seguridad- se sumó al fenómeno del bandolerismo y se convirtió en uno de los asaltantes de caminos más temidos de la época.
Casado con Francisca Trexo, con quien tuvo tres hijos, pasó de ser un modesto padre de familia llegado a tierras extremeñas como ayudante de arriero a ‘echarse al monte’ para fundar una banda de maleantes y cometer “toda clase de fechorías, desmanes, robos y atropellos, siempre pertrechados con armas de fuego, arcabuces, pistolas y cuchillos” para hacerse con caballerías, joyas, vestimentas y dinero.
Así se explica en un estudio al respecto del cronista oficial de la villa de Leganés (Madrid) y vicepresidente de la Real Asociación de Cronistas Oficiales de España (Raeco), Juan Antonio Alonso Resalt, quien cita a Serafín Tapia como experto en el marco histórico en el que vivió el que describe como el “terrible, hábil y temido” bandolero llamado Pedro y apodado ‘El Maragato’.
Las sierras abulenses y las limítrofes de Toledo y Extremadura se convirtieron en los escenarios de las acciones delictivas de este leonés que se refugiaba en una cueva que fue bautizada como ‘del Maragato’ y que mantiene desde entonces su nombre.
La gruta está situada “en el camino que comunica el valle Ambles con las Cinco Villa abulenses, y en término cepedeño; un estrecho paso labrado por el río de la Mora que, presidido por un impresionante roquedo, controla el que fuera importante paso de comunicaciones”, tal y como lo detalla el historiador Dámaso Barranco Moreno.
Le acompañaban en sus ataques, entre otros muchos, un tal Lorenzo Almanza, ‘El Estudiante’ y Martín Rodríguez, alias ‘el Martinillo’, con quienes ‘El Maragato’ no dudó -en el momento en el que decidió abandonar la vida de delincuente- en presentarse en el palacio de El Escorial para solicitar clemencia al rey Carlos IV. ‘El Maragato’ y ‘El Martinillo’, recogen las crónicas, fueron condenados a horca y descuartizamiento, y Almanza a 200 azotes y diez años de presidio. Pero no fueron ejecutados porque el monarca ordenó conmutar la pena de los dos primeros por 200 azotes, paso bajo la horca (para recordar que estuvieron a punto de morir en ella), y destino a diez años de trabajos forzados en el arsenal de Cartagena.
Transcurridos tres años, el afamado bandido consiguió escapar de su cautiverio y retomó su faceta de asaltante, cuyo destino quedó marcado mientras cometía un asalto en una venta próxima a Oropesa (Toledo), donde un fraile vasco, fray Pedro de Zaldivia -Pedro Argaia Mendizábal-, logró arrebatarle al arma, dispararle y reducirle. En ese momento comenzó el principio del fin de su vida y el inicio de su inmortalidad, a través de los pinceles de Goya.
Trasladado a Madrid, Pedro Piñero de la Rodera, ‘El Maragato’ fue nuevamente condenado a la horca y a ser descuartizado y repartidos sus pedazos. Esta vez se cumplió el implacable castigo -el fraile intentó en vano su indulto- pero los restos mortales recibieron finalmente cristiana sepultura. La hazaña del religioso al apresar al bandido fue divulgada en los escritos de la época y el rey le otorgó una renta vitalicia.
La captura
La secuencia del prendimiento tuvo el inusual destino de ser elegido por Goya como protagonista de un conjunto de pequeños cuadros en los que el genial Francisco de Goya y Lucientes reflejó lo ocurrido en esa venta donde ‘el Maragato’ concluyó su trayectoria de bandolero. Se da por hecho que el pintor fue conocedor de las andanzas que plasmó en consonancia con su interés por los temas populares cuya cara más cruda representó en esta serie que precede a sus obras directamente vinculadas con la Guerra de la Independencia.
En pequeñas pinturas sobre tabla; un conjunto calificado por alguno como precursor del cómic y por otros como precedente de los guiones gráficos de cine (‘storyboard’), el artista de Fuendetodos (Zaragoza) dejó testimonio perenne de unos acontecimientos que fueron narrados en un folletín publicado en Madrid en un legado pictórico que ahora forma parte de los fondos de la importante colección de pinturas y esculturas europeas del Art Institute of Chicago (Illinois, Estados Unidos).
Ese recinto alberga entre sus más de 3.500 piezas la serie denominada ‘La captura del bandido Maragato por fray Pedro de Zaldivia’, obra que, según explica la Fundación Goya Aragón, el pintor conservó y que tras la muerte de su esposa Josefa Bayeu se adjudicó a Javier Goya. El 7 de marzo de 1861 fue puesta en venta la colección Laffite, de Madrid, a la que pertenecían los cuadros, en el Hotel Drouot de París (lote 34), pero quedaron sin vender hasta 1911. Julius Böhler, de Munich, fue quien las adquirió y hacia 1928 ya formaban parte de la colección de Martin A. Ryerson, de Chicago, quien las donó a su actual sede en 1933.
En el cine
El director de cine leonés Luis Miguel Alonso Guadalupe dedicó al afamado bandolero y a la serie de cuadros de Goya el cortometraje -subvencionado por la Junta dentro del Proyecto Leader Montañas del Teleno- ‘El bandido Maragato’, rodado en la localidad de Santiagomillas, que presenta tanto el episodio de la captura como lo ocurrido con el condenado y finalmente ejecutado Pedro Piñero de la Rodera.
Cueva del Maragato
El nombre el bandolero se perpetúa también en La cueva del Maragato, que se encuentra en la carretera N-502, que une Ávila con Arenas de San Pedro. Un cartel identificativo informa de su presencia. La cavidad tiene un acceso al que se accede por un corto pasillo y su ubicación permitía al malhechor vigilar las caravanas y a las autoridades que le perseguían. El historiador Emilio Rodríguez Almeida cuestiona que Pedro Piñero fuese quien le diera nombre y atribuye la denominación a que el refugio se encontraba al margen de la Calzada -Gran Cañada- Leonesa o Maragata.
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