A sus 80 años, Roberto Alonso puede presumir de haber pasado casi cuatro décadas de su vida a bordo de los trenes de la Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP) que transportaban el carbón desde la cuenca minera del Bierzo hacia la capital de la comarca. Pese a que hace 25 años que se jubiló, este antiguo encendedor de locomotoras, que después fue fogonero, y más tarde maquinista y mecánico, sigue mostrando su pasión por el universo de las vías y los trenes y se mantiene fiel a su cita anual para velar por la buena salud de la locomotora 31, la que fuera buque insignia de la desaparecida compañía minera y actual joya de la corona del Museo del Ferrocarril de la capital berciana.
Junto a la Asociación Berciana de Amigos del Ferrocarril, de la que es socio honorario, Roberto es uno de los guardianes que se encarga del limpiado y engrasado de las ruedas y bielas y de rellenar la caldera de agua, unas operaciones que se llevan a cabo una o dos veces al año. “Yo me encargo de tener siempre lleno el depósito de agua, que nunca puede bajar del nivel mínimo, para que no se estropeen los tapones de plomo del hogar de la combustión”, explica tras subir a la cabina de la locomotora con un ágil salto que sólo puede dar el que lo ha hecho miles de veces en su vida.
Desde allí arriba, Roberto se sumerge en sus recuerdos y bucea por un tiempo en el que el carbón se amontonaba en la parte trasera de ese angosto espacio y el fogonero se encargaba de mantener el manómetro que indicaba la presión de la caldera marcando constantemente con su aguja la cifra de 12 kilos por centímetro cuadrado. Entre palancas, reguladores e inyectores, el ferroviario retirado apunta que la 31 “fue la locomotora que más dinamismo dio al ferrocarril”, al ser una máquina “ligera y económica”, lo que la hacía perfecta para el servicio que la catapultó a la fama: el tren correo de la mañana. “Casi siempre anduvo con viajeros”, subraya Roberto, que recuerda que los turistas extranjeros venían a fotografiar la máquina cuando el ferrocarril minero entre Ponferrada y Villablino constituía el último ejemplo de tren de vapor de Europa.
Tres décadas después del su último viaje por el valle del Sil, Roberto recuerda que este prodigio de la ingeniería de la época era capaz de remolcar 130 toneladas “en rampa”, como se encarga de subrayar. La nostalgia no le impide recordar con precisión el día más negro en la historia de la locomotora. “Fue el 6 de enero de 1956, el día de Reyes”, apunta, en referencia al accidente sufrido en esa fecha por el tren minero a su paso por la localidad de Villarino del Sil. “Cayó una avalancha sobre la vía y cuando llegó el tren, la cogió en curva y cayó al río. Se mataron el maquinista y el fogonero”, rememora con la voz quebrada.
El buque insignia de la MSP
Fabricada en 1913 en Munich por la empresa alemana Maffei, la locomotora es un modelo Krauss Engerth que hasta 1943 dio servicio a la Sociedad Minera Guipuzcoana en la línea Pamplona-Lasarte. Tras pagar 268.000 pesetas de la época, la MSP la adquirió y la integró en su parque de locomotoras con el número con el que se la conocería desde entonces, el 31. Durante 40 años, la máquina tiró de los trenes que transportaban mercancías, correos y pasajeros hasta que en 1983 quedó dedicada únicamente al transporte de carbón hasta la central de Compostilla, en Cubillos del Sil. Desterrada de Ponferrada desde hacía seis años, en 1989 el monstruo de 41 toneladas fue retirado del servicio y cedió paso a las más modernas locomotoras diésel.
Tras un costoso proceso de restauración llevado a cabo por la Junta, en mayo de 2011 el entonces consejero de Fomento, Antonio Silván, y el alcalde de Ponferrada en la época, Carlos López Riesco, firmaron el acuerdo entre Ejecutivo autonómico y Ayuntamiento que permitió el retorno de la 31 a la capital berciana y su instalación en el muelle de andenes del Museo del Ferrocarril, en el edificio de la antigua estación de la MSP desde donde tantas veces emprendió su camino. En 2013, tras 24 años en desuso, la máquina volvió a la vida por unos instantes de la mano de los maquinistas Marino Castro y Rafael Martín, en una exhibición que tuvo lugar en el entorno del propio Museo.
Al año siguiente, en junio, se llevó a cabo el hasta ahora último encendido de la 31, ya con Roberto en la sala de máquinas. Emocionado, recuerda la “ilusión” que sintió en ese momento: “Mi abuelo fue ferroviario, mi padre fue maquinista así que lo llevo en la sangre”. Sin embargo, tras un lustro de inactividad, el guardián de este antiguo tesoro lanza un aviso para navegantes: “Como no se encienda pronto, esta máquina se gripará y se convertirá en chatarra”.
Preguntado por la contundencia de su vaticinio, Roberto se remanga la camisa y se dispone a ofrecer un didáctico discurso de la mano de una de sus frases preferidas, “te lo voy a explicar…”. “Con la combustión del agua viene la vaporización y después viene la condensación, que empieza a crear óxido en los cilindros. En el momento en que los segmentos y el pistón se hacen un bloque, se acabó la máquina”, asegura tajante, mientras señala otra de las locomotoras expuestas en el muelle del Museo, a la que tuvieron que partir la biela para introducirla en las instalaciones debido a que el óxido había bloqueado el movimiento de las ruedas. “Le va a pasar lo mismo que a ésta”, augura con tristeza.
Con el objetivo de evitar que se cumpla su profecía, Roberto echa mano de su conocimiento profesional y explica que “cuando la máquina se apaga y va a estar mucho tiempo sin encender, hay que fumigarla”, un proceso que consiste en introducir aire a presión por la cúpula de la locomotora para que la caldera quede completamente vacía de agua. “Después hay que echar aceite para lubricar todo el mecanismo y mover la máquina unos metros para que engrase, pero esto no se ha hecho nunca”, lamenta el antiguo ferroviario, que señala que el coste no debería ser un problema para llevar a cabo esta serie de operaciones. “No cuesta ni 300 euros encenderla, ¡sin contar el bocadillo mío, que lo pago yo!”, exclama indignado.
Modelismo ferroviario
Su celo por el mantenimiento de la máquina con toda seguridad tiene relación con el hecho de que a su llegada a la MSP, en 1957, Roberto se convirtió en encendedor de locomotoras. “Te dedicabas a limpiarlas y encenderlas para conservarlas en el depósito hasta que venían el maquinista y el fogonero”. Cuando ascendió a fogonero, estuvo asignado a la 8, otra de las locomotoras míticas del Ponfeblino, actualmente custodiada en el Museo de la Energía. Más tarde se pasó a la 14, aunque, a partir de los años 80, la empresa dejó de tener máquinas asignadas al personal. “Anduvimos todos con todas las máquinas y ahí empezó el declive, porque ya no miras tanto por tu locomotora. Antes, si había un problema, te preocupabas en arreglarlo tú o lo ponías en el libro de reparaciones para que el taller te lo hiciera”, recuerda.
Tras retirarse en 1994, Roberto ha continuado vinculado al mundo del ferrocarril de diversas maneras. En ese sentido, además de su papel como guardián de los antiguos tesoros de la MSP, el Museo del Ferrocarril de Ponferrada es testimonio de otra de sus pasiones, el modelismo ferroviario. Las instalaciones exponen alguna de las 14 maquetas de locomotoras y vagones ue ha construido en estos últimos 25 años. “Son idénticas a las originales”, explica orgulloso, mientras señala los detalles de las suspensiones, ejes y frenos de los distintos modelos.