El debate del miedo

Mi sentido de Estado basado en los cimientos que hicieron posible la Transición política y la Constitución de 1978 me hacen aborrecer a quienes usan el nombre de España en vano y se autoadjudican la capacidad de clasificar a los españoles en buenos y en malos. Yo, sin duda, tengo que estar entre los segundos. Por eso creo que el problema catalán, que lo hay, sólo se podrá solucionar de una forma política y con un único instrumento: el diálogo. Sí, respetando la Ley y la Constitución, pero hablando. Si dos figuras tan antagónicas y hasta enemigas de bandos contrarios en la guerra civil, como Fraga y Carrillo, por poner sólo dos ejemplos, fueron capaces de sentarse a la mesa, dialogar, ceder en algunos puntos y mostrarse inflexibles en otros para hacer la mejor Constitución de la historia de España, si ellos fueron capaces de lograrlo, repito, cómo no lo vamos a hacer posible ahora nosotros.

Viene a cuento esta reflexión al debate electoral a cuatro que acaba de terminar cuando escribo estas líneas. Lo siento por Rivera, que ha estado brillante, pero el uso del miedo y el dogmatismo a la hora de separar a los españoles en buenos y malos en virtud de que se apoye o no su radical postura sobre Cataluña es un error, un tremendo error, que sólo sirve para ensanchar la fractura social, enconar los ánimos y abonar el independentismo.

El otro día estuvo Arrimadas, la segunda de Ciudadanos, en Casa Botines de Gaudí de la capital leonesa. Gran parte de su discurso lo centró en contraponer la demostrada españolidad de los leoneses frente a los independentistas catalanes, como si todos los problemas de España tuvieran un único origen y fin: el problema catalán. Y lo dijo, y se quedó tan ancha, en el interior de un edificio construido por un catalán universal y que fue financiado por un empresario catalán que creyó, emprendió e invirtió en León. Siento, de verdad, la radicalización de Arrimadas y que su único discurso esté basado en el miedo. Nunca el liberalismo fue más localista, tremendista y frentista.

Al final va a tener razón Iglesias en su repetida acción de mostrar un ejemplar de la Constitución del 78 para denunciar los continuos incumplimientos de la Carta Magna durante los cuarenta años del bipartidismo de PP y PSOE (más nacionalistas, según conveniencia) en materias tan básicas como el derecho a la vivienda, la sanidad pública, la revalorización de las pensiones, el empleo digno o la educación obligatoria. Además del artículo 155, la Constitución del 78 tiene otros muchos artículos, cuyos incumplimientos sistemáticos durante cuarenta años deberían hacer sonrojar a populares, socialista y nacionalistas. Porque de todos esos incumplimientos se deriva la crisis política actual, la falta de credibilidad de la mayoría de los líderes políticos, la desafección ciudadana y, por supuesto, el resurgimiento de los extremismos populistas, incluido el innombrable Vox, el gran ausente de la noche, como el fantasma de aquel histórico ausente falangista del franquismo. Fantasmas que dan miedo.

Es curioso que frente a la estrategia del miedo, del yo o el caos, haya sido un extremista de izquierdas, Iglesias, quien haya sacado en el debate el antídoto, a modo de detentebala, de la Constitución. Paradojas. Como la de Rivera mostrando la foto del ex ministro Rato (PP) y presidente de Bankia entrando detenido en un coche policial por flagrante caso de corrupción, hoy en los tribunales. Una foto que dejó desconcertado y descolocado durante toda la noche al jesuítico Casado. Amén.

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Un comentario en “El debate del miedo

  1. diálogo es lo que ha habido con los nacionalistas los últimos 35 años y el resultado ha sido un desastre. Su único objetivo es dividir la nación y ante un desafío de tal magnitud solo se le puede combatir con un estado fuerte y seguro a la hora de hacer cumplir la legalidad. Lo que ha ocurrido en españa jamás pasaría en francia, entre otras cosas porque cuando en alguna región se desvía un pelín de la incuestionable idea de estado francés, la llevan al redil rapidamente, no se paran a dialogar.

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