Los debates televisados han tenido su origen en Estados Unidos. Más tarde, a la par que el auge de las televisiones públicas, se fueron incorporando como un elemento más en las campañas políticas de las democracias europeas. En España, con las televisiones privadas, se produjeron los primeros debates televisados enfrentando a los líderes de los máximos partidos, PSOE y PP, a una serie de cara a cara muy interesantes y decisivos para miles de votos de entonces.
El incremento de las connotaciones de política como espectáculo, en este caso audiovisual, sigue sintiéndose muy influenciado por las formas de la mercadotécnica norteamericana. Lo que realmente sorprende es el debate tras el debate, el espectáculo tras el espectáculo, el sacar jugo hasta lo más insospechado que los medios televisivos y algo también las tertulias radiofónicas que se reproducen hasta casi el aburrimiento por repetitivo hacen de estos sanísimos debates electorales.
Pocas, muy pocas son las ocasiones en las que podemos ver a los líderes políticos y candidatos enfrentarse, como en un examen, al directo, a un envite de uno contra otro en una clara confrontación de ideas, de formas de ser y hasta de formas de estar durante un tiempo limitado.
Lo que hace unas décadas era materia para periodistas especializados es hoy algo que todo el mundo parece estar enteradísimo y cualquiera aparece en nuestras pantallas con el calificativo de experto electoral, analista político, coach y liderazgo….
Sintiéndolo mucho por todo aquel que realmente se gane la vida con ello y sus desvelos le habrá costado, pero al periodista de provincias le produce una hilaridad tal que roza el sarcasmo todo este montaje tras el montaje, el exprimir como un cítrico algo que a veces se saca de madre por no decirlo con más vulgaridad.
Ver un televisor o escuchar una radio en horas donde la programación suele dedicarse a temas más livianos para ver y oir al fulano de turno del Sálvame el porqué perdió el debate electoral tal político además por el color de su camisa o su repetitiva corbata de color o si el peinado no era el adecuado es, con perdón, para descojonarse. Pobre política.
En ABC