El denominado Club de los 60 fue una iniciativa, fresca y original hace tres décadas en Castilla y León. Por entonces, los mayores eran muchos, pero prácticamente no la mayoría como ahora nos está a punto de suceder en menos de una década más, a tenor de las pirámides poblacionales. Con los últimos datos en la mano, casi 200.000 castellanos y leoneses pasan de los 60 años de edad, de un total de 2,4 millones de habitantes.
En esta pandemia que estamos sufriendo estoicamente -todos en casa como en los tiempos de los abuelos durante la Guerra Civil- nos estamos encontrando con las tristes evidencias de una sociedad prourbanita, sin serlo, y de clases pasivas. Mueren ancianos solos en sus viviendas. Hablen con los bomberos y policías locales. La soledad no sólo en ciudades, también a lo largo de esta gran Comunidad rural que aún seguimos siendo mayoritariamente. La concentración en capitales de provincia y Ponferrada ejercen un efecto imán con sus servicios de todo tipo que vuelve héroes a los que se quedan en esos campos de Dios.
Pero lo que más conmueve al periodista son esas cifras diarias de fallecidos y más en las residencias públicas y privadas. Se está dando el terrible caso de producirse masivas muertes en establecimientos privados que se certifican como muertes naturales. Se están utilizando estadísticas con paradigmas de dudosa certeza. No hay autopsias, ni pruebas del Covid-19 para todo aquel que fallece. El negocio de las residencias privadas se resiente y, como siempre, los villanos de la historia son los periodistas por querer aclarar más las cosas y preguntar. La sociedad tiene derecho a saber qué está pasando con los miles de abuelos que viven en residencias y la Junta de Castilla y León debe reforzar sus controles y obligaciones para ese delicado negocio.
Hablamos de personas, no de manzanas, aunque a veces la frialdad de las cifras ya comience a no hacernos mella por mor de la costumbre y la cantinela oficial diaria.
En ABC