Queda muy bien eso de presentarse ante la sociedad como un humilde servidor público, aireando espartanas formas y palabrería populista. Pero una cosa es predicar y otra dar trigo, dice el refranero. Hay que tener mucha caradura para hacer de la política de stop desahucios santo y seña, para proclamarse representante del derecho a una vivienda digna universal, casi por decreto. Y mientras tanto, pedir a toda la camaradería cuidado en las formas, austeridad y ejemplaridad. Ellos representan al pueblo llano.
Que Pablo Iglesias es hijo del comunismo más recalcitrante no hay duda alguna. Desde que aparecieron en escena allá con el 15M, acampadas y asambleas en la Complutense al más estilo soviet no ha hecho más que consagrarse en la manipulación de conciencias y opiniones. Por eso, no sé de qué nos extrañamos al tener conocimiento de la compra del fastuoso chalet en Galapagar. Ahora resulta que cree en el modelo familiar más clásico y necesita esa extensión de hogar y esos lujos para realizarse como padre.
Pablo Fernández, el representante de Castilla y León ya ha salido al quite argumentando que él no ve nada malo ni extraño en ello, ayudando a su compadre en la votación entre afiliados y simpatizantes sobre si deben continuar al frente del partido o han metido la pata el coletas y su churri. Curiosa forma de manipular, creando una especie de patíbulo irreal y lo que los camaradas quieran, que ya habrá quien prepare todo para salir con buen pie del desaguisado de imagen creado.
Ahora ya son casta, la clase que tanto criticaban. Han entrado en los municipios como elefantes en cacharrerías con un despliegue de gastos superfluos, enchufismos y odio a los contrarios como nunca se había visto en estos últimos 40 años de democracia. Podemos necesita un Gorbachov si realmente quiere gobernar algún día esta nación. Dios no lo quiera por mucho tiempo.