El artista Adolfo Pérez presenta en Villamejil la instalación “Naturaleza y luz”

La Casa del Concejo acoge los días 7, 8, 14 y 15 de julio el arte en una calabaza auspiciada por la Asociación Cultural Rey Ordoño I, Amigos de la Cepeda

El artista Adolfo Pérez presenta cómo una sencilla calabaza puede transformarse en objeto de arte. El educador nacido en Salamanca y residente en el País Vasco, vinculado familiarmente a La Cepeda, y activo participante en las iniciativas culturales de la Asociación Rey Ordoño I, Amigos de la Cepeda presenta durante las tardes de los días 7, 8, 14 y 15 de julio, en la Casa del Concejo de Villamejil, esta idea bajo el título “Naturaleza y luz”.

Pérez ha impartido enseñanzas en las áreas de Expresión: la Lingüística, la Plástica, y la Dinámica. En sus clases con los alumnos, un día les propuso trabajar con calabazas y fruto de aquella experiencia fue la elaboración de un extraordinario conjunto que ahora ha pasado ya por diversas salas de exposición, indican desde la asociación cultural.

La primera vez que mostró en público su colección fue en Fontoria, hace dos años, despertando un gran interés. En los últimos meses la ha presentado en Legutiano (Álava) y recientemente en Vitoria, siempre cautivando la admiración del público. Para Adolfo Pérez Rebollo la calabaza, pese a su apariencia humilde, ha sido un objeto de gran trascendencia que el hombre ha usado y decorado desde la antigüedad.

El educador recuerda que a veces estas han sido disputadas por museos y coleccionistas. “En 1793, Luis XVI fue guillotinado en Francia y –cuenta-  hubo ciudadanos que subieron al cadalso a mojar sus pañuelos en la sangre del monarca. Uno de ellos guardó el pañuelo en una calabaza cuyo interior fue impregnado por la sangre del rey. La calabaza, fue decorada con dibujos de protagonistas de la Revolución Francesa y ahora está en poder de un particular en Italia…  Está valorada en unos dos millones de euros”

Sin tener “sangre de reyes”, las calabazas de Adolfo Pérez Rebollo, son objetos bellísimos, decorados primorosamente o iluminados con luz colorista, creando una atmósfera de cuento. Cuando habla de ellas, el educador recuerda con cariño a los muchachos a los que dio clase: “Traté de sacar de mis alumnos y alumnas lo mejor de cada cual,  y fue mucho lo que aprendí practicando con esa muchachada”.

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