Es mucho más que una semana, aunque se la llame Semana de Pasión. Normalmente suele haber actos durante diez días entre un fin de semana y otro. En España hay dos estilos, dos formas de vivir la Semana Santa con su estética y su sentido bien diferenciados. La de los pueblos del sur, más ruidoso, alegre, abundante en sus formas hasta recargar pasos y tallas desde el punto de vista norteño. En la meseta, sin embargo, más sobrios, más silenciosos y con una puesta en escena cuidada con recato.
Si de verdad alguien quiere conocer la verdadera alma de Castilla y León, le invito a que conozca sus semanas santas. La comunión de una ciudad entera como Zamora y su silencio por las calles medievales hasta llegar a una catedral que se convierte en el corazón, único, del latir al unísono de toda una capital. La vistosidad de las procesiones de León capital con un vuelco total de papones -así les llaman- que dejan su ciudadanía para ser tan sólo portadores de su Virgen y de su Cristo. La estética cuidada y la calidad de las tallas de Valladolid, tesoros de madera policromada convertidos en catecismo de calle. Salamanca, Medina, Astorga… No hay ciudad que no atesore una buena imaginería sorprendente al turista, al viajero de espíritu inquieto que se contagia, casi sin quererlo, de las formas y el ambiente, de los silencios y los acordes del tambor semanasantero.
Las nueve provincias y media son la apertura de las puertas de las casas a las familias venidas de fuera, las torrijas y dulces típicos, la limonada -o matar judíos como se dice en la provincia leonesa, proveniente de una reyerta medieval que terminó en una borrachera monumental del populacho-, la carrera de San Juanín, el encuentro, las docenas de Dolorosas cada cual más madre, más sentida y más unida a la feligresía o el entierro.
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