“E hizo Dios el firmamento, separando por medio de él las aguas que hay debajo de las que hay sobre él.” Génesis 1 :6-10

Esta curiosa afirmación de la Biblia, puede dar a entender que hay unas cantidades de agua, por encima de  lo que parece ser una bóveda  o firmamento (firmamento significa al firme) y otras que están por debajo. De este modo la lluvia, nieve o cualquier tipo de precipitación de agua, nada tendrían que ver con los, ríos, arroyos, fuentes, manantiales, pozos y sondeos que en tierra suministran agua.

Esta idea durante siglos debió ser aceptada por personas que en su tiempo se consideraron sabios. Por ejemplo se aceptaba que el agua de la fuente de un manantial situado en una montaña de cierta altura, procedía del mar pero que llegaba al mismo tras haber ido ascendiendo  desde el mar por el interior del terreno, del mismo que las rocas fundidas (magmas) del interior de la Tierra ascienden hasta la superficie. Vistas así las cosas el que llueva más o menos nieve, sería un asunto intrascendente. Es obviamente un tremendo error que sin embargo hace no escasos días oí exponer a una persona a propósito del problema de Doñana. Se deba a entender que el agua sale de los acuíferos que están bajo el suelo; pero no se tenía en cuenta que el agua que hay en esos acuíferos  proviene de las precipitaciones, de lluvia, nieve, granizo e incluso del rocío. En alguna ocasión también me dieron a entender que el agua que se acumula en las minas de carbón, para nada depende de que llueva o nieve. Otro tremendo error, que un niño de 10 ya debería ser capaz de detectar.

Lo primero que se aprende al hablar de aguas subterráneas, es que el agua tanto la que existe en el mar, como la que hay en la atmósfera (nubes por ejemplo), como la de ríos, arroyos, manantiales e incluso pozos y sondeos forma parte de un ciclo continuo. Es lo que ya se dice en cualquier libro elemental de enseñanza primaria sobre el ciclo hidrológico. En las viejas enciclopedias de las escuelas de los pueblos de los años 60 por ejemplo. De modo muy, muy resumido se indica que el agua de los océanos se evapora y acaba formando nubes. Después cae sobre los continentes alimentando arroyos, ríos y fuentes y desde estos vuelve de nuevo a los mares y océanos. Un ciclo que se repite una y otra vez. El profesor  F. Javier Sánchez San Román, (Univ. de Salamanca) escribió ya hace años que las aguas subterráneas “no tienen ningún misterioso origen magmático o profundo”. Esta es la idea general, que debió ser aceptada plenamente por la ciencia en el siglo XVIII, sigue sin embargo dejando pequeños resquicios que incluso se encuentran en publicaciones modernas. Es una idea que tiene enorme importancia y que por no haber sido tenía en cuenta a menudo, ha dado lugar a funestas consecuencias. No tiene sentido distinguir pues entre las aguas de arriba y las de abajo ya que las que están arriba (nubes) luego están abajo (interior del terreno) y viceversa.

No obstante, hace años cayó en mis manos un curioso y pequeño libro de un tal Félix Trombe. Debe ser un autor francés a juzgar por el contenido del libro y otros datos más que conozco. En este libro (ver imagen) se hacen varias afirmaciones en mi opinión discutibles. Además me da la impresión de que atribuye excesiva importancia a la existencia de agua subterránea al margen del ciclo hidrológico que desde hace muchas décadas se considera la explicación más lógica y racional. Si hay que ser riguroso hay que indicar que como en otros muchos aspectos de la naturaleza hay situaciones excepcionales, que son exactamente eso excepciones a la norma general.

Un caso es el de las llamadas aguas juveniles, casos verdaderamente excepcionales y se trata de aguas procedentes del interior de la Tierra y que por tanto no habrían formado parte jamás del ciclo hidrológico. Hay otras aguas subterráneas llamadas aguas fósiles o congénitas, que durante miles o incluso millones de años han estado atrapadas en el interior de la Tierra a veces a cientos de metros de profundidad. Estas aguas si forman o formaron parte del ciclo hidrológico, pero estuvieron o siguen estando desde hace miles o millones de años apartadas del mismo. Hace escasos meses (diciembre de 2022) publiqué yo mismo en este mismo medio un artículo al respecto. “Aguas profundas y lecciones de geología elemental” es su título.

Las aguas de las regiones desérticas son un ejemplo, se infiltraron bajo el suelo cuando el clima era otro y propiciaba la existencia de lluvia o cualquier otro modo de precipitación e infiltración de agua de la atmósfera  en el subsuelo. En base a todo lo que yo he estudiado parece obvio y evidente que por norma general y con carácter general y salvo casos muy, muy excepcionales esa vieja idea bíblica ha de ser considerada un error claro y añado más un error comprensible. Hace miles de años nuestros antepasados, con una mentalidad científica y racional muy inferior a la media de la sociedad actual, posiblemente creían que en la bóveda celeste se abrían de vez en cuando unas ventanas, a través de las cuales las aguas de arriba caían  al suelo. Esa supuesta bóveda por supuesto era algo totalmente rígido, como podía ser una caldera de bronce.

Al oír a algunos políticos actuales, me da la sensación de que tienen la mentalidad de nuestros antepasados de hace miles de años y por ello  nada tendría de extraño, que  alguno leyendo lo que yo acabo de escribir sobre las aguas juveniles y las fósiles alguien argumentase que la Biblia tenía razón. Yo al escribir procuro informarme todo lo posible y por ello afirmo categóricamente que no la tiene, como por otra parte es lógico. Las leyendas son una cosa y la evidencia racional y científica otra.

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No obstante ese librito de autor francés  también apunta algunas (muchas) ideas que son muy razonables y que no he visto reflejadas con tanta nitidez en textos que hablan del agua subterránea. Señala por ejemplo que las nieblas de zonas húmedas puedan aportar ciertos caudales de agua por condensación. Asimismo señala que cuando el aire caliente penetra en zonas del interior del terreno donde la temperatura sea más baja que en el exterior, se produce agua por condensación. Este fenómeno podría tener lugar en las llamadas “lleras” o pedregales de cierto espesor que hay en las laderas de muchos montes bercianos y justificaría -en su caso- la creencia popular de que las citadas lleras son interesantes para captar agua. Yo entiendo que los pedregales y dada su naturaleza son sumideros más eficaces para las aguas de lluvia, nieve o granizo que los otros terrenos por los que el agua tiende a deslizarse por el suelo sin penetrar en el interior del terreno.

No obstante si he de ser sincero entiendo que para evaluar la importancia que una llera tiene en la conservación de manantiales, sería preciso llevar a cabo medidas concretas. Es relativamente sencillo determinar la extensión superficial de una pedregal (las hay de varias hectáreas), pero hay que tener en cuenta otros parámetros. Desconozco si existen estudios concretos sobre el tema.

Bembibre 27 de abril de 2023

       Rogelio Meléndez Tercero

 

 

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