Duelo a garrotazos

Joseph Conrad en su novela – El Duelo- relata un enfrentamiento que no parece tener fin entre dos oficiales del ejército napoleónico. Llevada al cine de forma magistral por Ridley Scott nos traslada a las mentes y odio ciego que se profesaban Gabriel Féraud y Armand d´Hubert. Todo el argumento está centrado en una sucesión de duelos a muerte iniciados por un sinsentido, aunque también debe precisarse que por la persistencia y cortedad de miras del oficial Féraud.

No tengo constancia de que el insigne escritor polaco se inspirara en otro duelo sin fin a garrotazos que fue décadas antes puesto de manifiesto por el genio de Goya. Quizás con una estética menos refinada, más nuestra, pero que deja muy claro el empecinamiento por destruir al adversario. Tanto Conrad como Goya tratan en estas dos obras la miseria de la naturaleza humana cuando sale lo peor de esta y ve al que tiene enfrente como algo que le perturba la propia existencia y por ello hay que eliminar.

Los españoles hemos sido tradicionalmente frentistas. Nos gusta poner barreras a lo que nos es ajeno, a lo que no es fruto de nuestro inspirado y único genio. Si revisamos nuestra historia podemos apreciar que la génesis nacional ha sido fruto de muchos altibajos, de ires y venires. No pretendo hacer un ejercicio de autoinmolación de nuestro pasado, al que considero digno de respeto y admiración, pero esto no debe impedirnos ver que siempre ha subyacido el gen de la división entre nosotros.

Todavía hoy, en pleno siglo XXI ha tenido que recordarnos el rey que la división es una amenaza que no trae nada bueno, que lo eficaz y sabio es caminar todos juntos en la misma dirección. Pudiera parecer que este recordatorio debiera ser innecesario a estas alturas de la vida como diría un castizo. Pues no, es plenamente oportuno que la máxima instancia del Estado nos recuerde que el peligro de la división y la falta de unidad, y lo que es peor de criterio, respecto de la salvaguarda de las instituciones fundamentales del cuerpo jurídico de la nación, sigue amenazando la convivencia democrática.

Una singularidad de los españoles es que no tenemos una especial tendencia a olvidar las afrentas, siendo claros, somos algo rencorosos, yo diría que en exceso y esto nos pasa factura.  ¡Qué si los de derechas y los de izquierdas! ¡Qué si católicos y laicos!  ¡Qué si esto o lo otro! Pareciera que hubiéramos entrado en el vórtice de un huracán del que no pudiéramos salir.

¡Habrá más vida que estas cuestiones recurrentes que nos han ocupado por décadas! …

No quiero negar el espacio al error y quizás yo esté equivocado y sean estas cuestiones las que deban ocuparnos y preocuparnos de forma determinante por los siguientes cincuenta años. Sinceramente, creo que debemos hacer todos un esfuerzo imaginativo y reflexionar si estamos a lo que tenemos que estar teniendo en cuenta los índices de pobreza o la falta de oportunidades laborales para los jóvenes y no tan jóvenes.

Siento el mayor de los respetos por la discusión y el disenso, pero aún lo siento más por el consenso y la suma de esfuerzos en aras del progreso y bien común. Secesión es un término caduco, fruto de otras épocas en las que la libertad no imperaba en gran parte del planeta. No creo que sea razonable que seamos unos secesionistas natos frente a nuestros vecinos y estemos con el garrote preparado para todo momento y condición.

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