Dos santos y cuatro Papas

ALEJANDRO J. GARCÍA NISTAL/ D.A. Domingo, 27 de abril de 2014. Día de la Divina Misericordia en el calendario eclesiástico. En torno a las 11 horas de la mañana el Papa Francisco proclama Santos a Juan XXII y Juan Pablo II en una Plaza de San Pedro del Vaticano a rebosar. Estalla el júbilo, los cánticos inundan el cielo que parece por un momento dejar de estar nublado y el sol se abre paso entre la multitud. Para los creyentes, se diría que es el propio Espíritu Santo el que pasa en silencio iluminando el interior de los corazones de todos los peregrinos asistentes. Finaliza una compleja ceremonia mediante la cual se reconoce de la mejor forma posible en el boato y formulario católico, la grandeza de dos Papas decisivos en la historia del siglo XX, la de la propia Iglesia y la del Planeta. Ahora se reconoce que están con Dios hasta la eternidad.

Símbolos y señales

Un enorme aplauso surge de la riada humana que abraza, como la Columnata de Bernini hasta la Vía de la Conciliación. Pantallas gigantes retransmiten en Plaza Navona, Plaza Farnese, los Foros Imperiales y hasta en el mismo Coliseo el estallido de júbilo. En el corazón mismo donde se sabe que cientos de cristianos murieron por no renegar a su fe ante leones o por la espada como diversión pública. ¿Acaso siglos después esa sangre de corderos inocentes no ha vuelto al mismo escenario para dar testimonio de su triunfo pacífico, la victoria del amor frente a la violencia en el núcleo ruinoso de la mentalidad anticristiana?

Pero si un millón de seres humanos han pasado el fin de semana en Roma con motivo de esta ceremonia tan distinta a otras, más de mil millones de seres humanos más han seguido por televisión el reconocimiento de la santidad de los dos Papas. De hecho, los números abruman:  150 cardenales, mil obispos, seis mil sacerdotes, 26.000 voluntarios, 100 delegaciones oficiales de naciones, entre los que destacaban don Juan Carlos y doña Sofía.

Los tapices de Angelo y Karol presidían un altar inmenso en el que cuatro sucesores de Pedro se veían las caras. A los retratados se les sumaban el propio oficiante, el Papa Francisco, y Benedicto XVI, el Papa emérito. Cuatro Papas, un momento histórico y un abrazo entre todos ellos como si en ese gesto se unieran la Iglesia del siglo pasado, la del presente y la eterna.