Dos Españas ferroviarias

 

A las dos Españas machadianas que debían de helar el corazón a uno u otro español en virtud de su ideología, en estos tiempos modernos y digitales hay otras divisiones que siguen congelando el corazón de muchos más españoles. Ahí están, por ejemplo, las Españas urbana y rural, las Españas norte y sur, las Españas de interior y periférica; las Españas en virtud de cada una de las diecisiete autonomías y, ahora, las Españas que tienen acceso o  no al ferrocarril. Hoy, en pleno siglo XXI, está más vigente que nunca la España invertebrada de Ortega. Y es que parece que vamos para atrás en vez de avanzar.

La provincia de León pertenece a todas las Españas en negativo, en regresión, despoblada, anclada y sin empuje. Sí, hay alguna excepción, pero a medias. Ahí está el AVE, del que tanto presume la capital leonesa, con razón. El AVE es un signo de modernidad y de competitividad; un símbolo que genera autoconfianza y esperanza en el futuro; una imagen que eleva la autoestima y el orgullo de pertenencia. Es el León moderno que se resiste a morir y que lucha por incorporarse a la España del siglo XXI. Lo que sucede es que el  mismo ferrocarril que en León se contempla como un cordón umbilical con el futuro, a poco menos de 50 kilómetros, en Astorga o en Sahagún, las mismas vías férreas, o parecidas, son un muro de esos que ahora quiere levantar Trump en su frontera con México; son muros que separan, discriminan y marginan. Renfe o Adif, tanto monta monta tanto, quieren cerrar las estaciones históricas ferroviarias de Astorga y Sahagún y convertirlas en meros apeadores, sin personal que atienda a los viajeros, sin atención al público; es el principio del fin, la agonía de un espíritu reformista e integrador.

El ferrocarril cosió, palabra ahora muy de moda en política, en los siglos XIX y XX a la España que trataba de pasar del feudalismo a la modernidad. El tren puso en el mapa a ciudades como Astorga o Sahagún, junto a las de León o Ponferrada. El tren significó desarrollo, educación, progreso, modernidad, cultura, mejoras sociales, nuevas oportunidades y, sobre todo, un punto de apoyo para tratar de cambiar el mundo. Ahora, el AVE requiere todos los esfuerzos técnicos, económicos y humanos. Y las estaciones que no han logrado el privilegio de que el AVE pare en sus andenes están condenadas a desaparecer por falta de rentabilidad. No cerrarán de golpe, no, sino mediante una lenta agonía, de la que en León sabemos mucho con el ejemplo de la línea de Feve. Primero se cierran las estaciones, luego se descuida el mantenimiento de las vías y edificios, se pierden frecuencias en los trenes, hasta que estas líneas dejan de ser competitivas y, cómo no, se cierran y desmantelan.

Al final a los astorganos no les quedará más remedio que pagar el peaje de la cara autopista que les une con León capital si quieren llegar a tiempo de coger el AVE que les enlace con el futuro del siglo XXI. Para evitarlo, anda el buen y serio alcalde maragato de ronda de contactos con políticos nacionales y provinciales en busca de apoyos para impedir el cierre de su estación. La solidaridad es gratis y siempre da buena imagen. Una foto no se la niega a nadie y menos a quienes son del mismo partido. Astorga, Sahagún y tantas otras ciudades y pueblos de España no les queda más remedio que la movilización ciudadana para impedir que sean clasificados como de la España que se quedó sin parada de AVE y, posteriormente, sin el ferrocarril clásico de toda la vida.

Y luego dicen desde la Junta que su gran preocupación es la creciente despoblación y envejecimiento. Ahora se entiende, por eso cierran estaciones y ponen peajes en las carreteras, para que nadie más se marche del pueblo.

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