El Museo de Orsay, en París, mantiene abierta una exposición sobre uno de los más grandes dibujantes europeos del XIX, Gustavo Doré. Junto al barón Charles Davillier, conocedor profundo y amante de la historia y cultura españolas, realizó numerosos viajes por España entre 1861 y 1873, y durante esta época ambos iban enviando sus impresiones y dibujos al editor Templier, quien procedía a ofrecerlos a sus lectores por entregas en la revista Le Tour du Monde. El grabado de Doré relativo a nuestra ciudad, Teatro de títeres, suele aparecer mal fechado, en 1862 o 1863; datos afirmamos erróneos pues Davillier da cuenta en su relato de cómo llegan en tren a nuestra ciudad (a las nueve de la mañana), y después continuarán hasta Brañuelas. León y Astorga quedaron comunicadas por ferrocarril en febrero de 1866, y Astorga y Brañuelas en enero de 1868. Como conocimiento previo, es preciso informar de que estos dos ilustres viajeros llegan a nuestra ciudad en tren, desde León, después de un largo recorrido por Castilla la Vieja, y que tienen pensado continuar su viaje hacia Santiago, Oviedo, Covadonga, retornar a León y encaminarse hacia Burgos, como paso previo desde el que dirigirse a Navarra y Aragón.
Una serie de datos, extraídos del relato de propio Davillier, nos permiten concretar someramente la fecha de su estancia en Astorga. En cuanto al mes, es clarificador el hecho de que nos detalle cómo continúan su viaje: en primer lugar, toman el tren hasta Brañuelas, donde se subirán a una diligencia camino de Galicia; en este medio de transporte atraviesan un paraje «con grandes bosques de castaños y nogales», tan bello como Suiza o El Delfinado, El Bierzo, y en el que «Al subir a pie una cuesta encontramos a un “maragato” que conducía a Lugo una carreta llena de castañas»; como es bien sabido, este fruto se recoge en esta región a partir de los primeros días de octubre. De este maragato carretero nos dejó Doré un hermoso grabado. Otro testimonio, conservado, es la jocosa carta, con textos de ambos y dibujos del gran dibujante francés, enviada a su editor el 30 de octubre de 1871 desde León (adonde han retornado, finalizada la visita a Galicia y Asturias); al día siguiente, último de octubre, llegarán en tren a Burgos, según se deduce del relato del propio Davillier. En cuanto al día de la semana, tampoco ofrece dudas, pues lo describe como día feriado; en aquel entonces, cabe recordar, el mercado gozaba de gran concurrencia y se establecía en todas las plazas públicas de la ciudad, en razón del producto o actividad, incluida la del Seminario Teniendo en cuenta el largo viaje de León a Astorga, de Astorga a Galicia y a Asturias, y retorno por León, y que el medio de transporte es esencialmente la diligencia (pues el tren, ya está dicho, en dicho año se interrumpe en Brañuelas, y en la Pola de Gordón), no parece aventurado concluir que los dos insignes viajeros se hospedaron en Astorga uno de los tres primeros martes de octubre de 1871, bien el día tres, el diez o el 17.
No es Davillier uno de los viajeros, de entre tantos que con espíritu romántico sintieron gran atractivo por España, que nos haya dejado precisamente una impresión positiva de la ciudad, pues la considera de las «más miserables» de la nación, e incluso recuerda el juicio negativo de Antonio Ponz del siglo precedente «ciudad de calles inmundas». Sin embargo, su relato aquí escrito, en un día de mercado, es de los más sustanciosos de tan largo viaje. Alaba la catedral, y de ella, especialmente, el retablo de Becerra. Otorga un trato especial a los maragatos (y con singularidad a Pedro Mato), sus costumbres y sus trajes típicos; le llaman la atención los gitanos esquiladores con «sus enormes tijeras pelando a las mulas y dejando en su piel toda clase de dibujos»; y destaca como industria pujante la del chocolate. Se fija también en un fotógrafo «venido ex profeso de Valladolid», con gran demanda: «Le vimos ejecutar algunos retratos acertados de aldeanos de la vecindad con su guitarra sobre la rodilla izquierda, iluminados con los colores más chillones». A propósito de la comida que les sirven en la posada (pésima, comenta, y aún peor la posadera), y del chocolate, hace toda una extensa disertación sobre la cocina española y consideraciones cualitativas y morales del singular producto, que atribuye a los conquistadores, pues «encontraron su uso establecido en México, en el año 1520. Se le llamaba en la lengua indígena calahualt o chocolatl».
El dibujo que Doré pinta de Astorga tiene como motivo una sesión de teatro de títeres, pero no es la única representación en ese día de mercado. Santiago Alonso Garrote, que nació en 1858, en su libro Astorganerías, publicado por El Faro Astorgano en 2001, nos recuerda de los tiempos de su infancia los espacios para la representación y la actividad dramática en la propia ciudad, bastante intensa, por parte de la Sociedad Asturicense de Música y Declamación y por grupos ocasionales en casas particulares. El único espacio habilitado para la representación entonces, comenta , era «un destartalado local que fue panera del Marqués y ocupaba el solar donde hoy se alza la Cárcel del partido y algunos metros más de paseo». La cárcel fue reemplazada y actualmente, en dicho lugar, plaza de los Marqueses, se hallan los Juzgados. Davillier da cuenta de que esa tarde de día de mercado estaba prevista función en el citado teatro: «La compañía nos pareció compuesta de eso que llaman en España cómicos de la legua, compañía ambulante del género de las descritas burlonamente por Scarron en el Roman Comique y por Teófilo Gautier en el Capitaine Fracasse». Asimismo, de «otros teatros de orden inferior» y , entre ellos, como destacado, uno de títeres, que es el que van a presenciar desde la propia posada. La recreación al alimón de este espectáculo contemplado, que nos facilitan los dos ilustres viajeros, en relato escrito y pictórico, nos permite hoy a nosotros disfrutarlo con una percepción integradora y total. Según Davillier, al propio espectáculo de títeres (para ello era usual instalar un “retablo” transportable) en la representación fueron incorporados importantes efectos visuales, característicos del teatro itinerante: nos detalla, concretamente, el éxito de los elementos ópticos para sorprender al público astorgano asistente; así, las sombras chinescas al interponer elementos del cuerpo u otros entre una fuente de luz y una superficie clara; o bien el titirimundi, un artificio que, en acepción de Covarrubias, facilita ver «por un vidrio graduado, que aumenta los objetos y van pasando varias perspectivas de Palacios, jardines y otras cosas». Así dice haber vivido aquella noche de títeres en Astorga:
Otros teatros de orden inferior hacían la competencia a los cómicos de la legua. Primero, el de los títeres, establecido en una tiendecilla vacía, pues las marionetas existen en España exactamente igual que en la época de Cervantes. Nos hicieron pensar en aquellos contra los que el Ingenioso Hidalgo manchego arremetió con tanto furor en la venta. El titiritero, que alternaba sus representaciones con las no menos interesantes sombras chinescas, poseía también un “titilimundi”, donde los principales monumentos del universo estaban representados de la manera más ingenua. Gracias a estas atracciones tan variadas, su teatro estaba casi siempre lleno. Por lo demás, el empresario, al final de cada representación, nunca dejaba de ir en persona a la puerta y tocar una corneta para llamar a nuevos espectadores. La calle estaba atestada de una multitud pintoresca, compuesta en parte por aficionados que no pagaban; la luz que venía del interior proyectaba sobre esta abigarrada multitud fantásticas sombras.
Esta descripción que Davillier nos ha dejado de tal representación en Astorga es similar a la plasmada en dibujo por Doré, de quien nos comenta que en esta ocasión no va a ser molestado, como habitualmente, por «pilluelos y curiosos», dado que «la escena ocurría precisamente enfrente de nuestras ventanas», y era buena ocasión para «fijarla cómodamente en su álbum». Todo parece indicar que Doré, en primer lugar, traza el apunte rápido, el boceto del grabado en la propia calle, frente a la casa nobiliaria de los Morenos, que se hallaba, con una gran fachada, frente a la embocadura de la calle Portería (en el centro de su gran solar se abrió la actual calle Escultor Amaya). Posteriormente, “fijaría la escena” en su propia posada, desde la que seguiría contemplando, con otra perspectiva, ese bullicio callejero. La «tiendecilla vacía» donde tuvo lugar la representación de títeres fue el edificio precedente al del actual Restaurante Serrano (la puerta del grabado, que se sitúa al final casi del chaflán de la calle Portería, es un hecho corroborado por antiguos vecinos, así como la existencia de un patio interior); al fondo se aprecia la catedral, y cierto es que la torre dibujada, la conocida como nueva o rosada, no responde al detalle de su diseño verdadero, pues la intención de Doré, al reflejarla en el ambiente nocturno, es puramente figurativa; el amplio paredón del antiguo Convento de Sancti Spiritus, en el costado izquierdo, contribuye a recoger el ámbito de la escena. Su interés se centra en los primeros planos, en el haz central de luz como recurso con el que nos sugiere un espacio presto para el espectáculo en el interior y su continuidad en la propia calle: esa multitud apiñada que es iluminada desde la tiendecilla, y el propio empresario con su corneta anunciando una nueva sesión, son parte también de la representación.
En realidad, en aquella noche de día feriado, de esa contemplación del teatro de “orden inferior”, lo que Doré dibujaba o esbozaba y lo que Davillier anotaba, no era sino una única percepción: una completa representación teatral, donde se funden actores y espectadores, interiores y calle pública; como si ante sus ojos tuviesen la panorámica de un corral de comedias. No consta cuánto tiempo, después de esta noche de títeres, permanecieron en Astorga. Pero debió de ser muy breve. El gran hispanista y el genuino pintor continuarán su periplo en tren, pero solo hasta Brañuelas. A partir del que llaman «mísero pueblecito» viajarán en la diligencia que conducía a Vigo, y que ellos llaman «coche correo», para dibujar y escribir sobre otros paisajes y costumbres.
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Foto de 1960; más datos:
(Foto de 1960. Señalada con una cruz, la casa donde tuvo lugar el espectáculo de títeres, sustituida por el edificio en cuyos bajos se halla el Restaurante Serrano. La puerta del grabado responde a la realidad, y desde ella, en el interior, se accedía a un patio. Con dos cruces: el caserón de los Morenos, de cuyo escudo, a propósito de un episodio de Mariflor en sus estancias, da cuenta Concha Espina en La Esfinge Maragata; se alojaban en él grandes personalidades, como la reina Isabel II durante su visita en 1858; fue adquirida a principios del siglo XX por el chocolatero Magín Rubio. Consta en la relación de familias nobles de la Historia de Astorga).
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Carta autógrafa firmada en León por el barón Davillier y Gustave Doré, 1871. París, Musée du Louvre, Département des Arts Graphiques. Estudio en:
http://www.academia.edu/2441463/El_bar%C3%B3n_Davillier_hispanista_anticuario_y_viajero_por_Espa%C3%B1a
(foto de 1916, Títeres en la plaza).