Estas notas improvisadas surgidas del asombro del 15 de marzo, unos ‘idus de marzo’ difíciles de imaginar, no debían terminar con el capítulo 13, sería tentar la suerte demasiado tal como están las cosas. Han sido 14 semanas en estado de alarma, confinados en casa o en semilibertad, aprendiendo a vivir de otra forma en la primavera más rara de nuestra vida. Quizá eso es lo primero que se ha colado en nuestro imaginario colectivo, del que lo habíamos apartado: somos vulnerables. Y lo segundo, que se puede vivir sin muchas cosas, aunque las echemos de menos. La sorpresa, no sé si para todos, es que este tiempo aparentemente muy largo se ha pasado muy rápido. Lamentablemente, para muchos, muchísimos, se ha hecho eterno. Y otros no podrán olvidarlo, porque hay pesadillas imposibles de borrar, porque las imágenes que no les hubiera gustado vivir vuelven una y otra vez. Aunque quizá sea peor imaginarlas, al no haberlas visto por impedirles despedirse de sus familiares, aislados en los hospitales y residencias en los peores momentos de la pandemia.
Sí hemos descubierto las bondades y los inconvenientes del teletrabajo. Y la importancia de algo tan aparentemente desprovisto de ella como lavarse las manos. Quizá, lo que después de tantas noticias y, como se dice ahora, tutoriales, no hemos llegado a dominar es la diversidad, propiedades y uso de las mascarillas. Ni a evitar situaciones cómicas al llevarla colgada de una sola oreja o intentar saludar con los codos, para después terminar haciéndolo como siempre. Tragicómicos -si no hubiera detrás tanto drama- resultan tantos efectistas e insustanciales debates políticos: ¿cuántos muertos tiene que haber, cuánto tiene que caer el PIB para que sean capaces de diseñar una estrategia en común? De las críticas no se libran algunos científicos o investigadores, que son capaces de llegar a una conclusión y la contraria con poco margen de tiempo, defendiéndolas ambas sin vergüenza.
Aunque se supone que de esta algo más de valor se le dará a la ciencia y a la medicina. Y, apercibiéndonos o sin avisar, la tecnología, sobre todo la basada en el cruce de múltiples datos sobre todos nosotros y los instrumentos que utilizamos, que será la base sobre la que se asiente todo el sistema. Aunque las aplicaciones para controlar los contagios sean de momento un fracaso.
De momento, las ansias de acabar con el confinamiento y disfrutar eso que llaman la nueva normalidad nos va a costar bastantes sustos. De rebrote en rebrote, sin fiestas, sustituidas por mucho botellón y reunión privada, con pocos extranjeros y vacaciones el que pueda, intentaremos llegar hasta el otoño cruzando los dedos.
Ángel M. Alonso Jarrín