Una semana más, ya. La sensación más inesperada del confinamiento es lo rápido que pasa el tiempo. Se suponía que el encierro iba a permitir hacer tantas cosas, además de aburrirse mucho, sin embargo los días se suceden a una velocidad que hace perder la perspectiva de lo largo que ha sido esto.
Y la perspectiva de lo sucedido me da la impresión de que la vamos perdiendo. Recluidos en casa, física y psicológicamente, nos hemos aclimatado rápidamente. Casi sin darnos cuenta, pero íntimamente conscientes, hemos dejado que una burbuja nos aísle y proteja. La incesante repetición de datos y estadísticas en los medios de comunicación y en los mensajes que llegan sin parar al móvil sobre la expansión de la pandemia facilita el que miles, cientos de muertos, se reciban de forma inocua.
Y más sensaciones de la pérdida de contacto con la realidad. Probablemente también favorecidas por lo inesperado de la crisis.
Veo, escucho, a un grupo de personas al borde del límite, por el trabajo extenuante y en constante peligro de contagio. También los que han perdido a un familiar o han estado ellos mismos a punto de fallecer.
Distingo otro grupo de personas, concienciadas con el problema y tomando todas las cautelas para evitar el contagio, algunos incluso obsesionados con la seguridad. Y además reflexionando sobre lo que se nos viene encima cuando superemos esto.
Y después, a veces con asombro, ves a otras muchas personas que no quieren saber más de la Covid-19, ni del virus, ni de cuántas empresas van a cerrar. Salen cuando les parece, se juntan sin respetar la distancia de seguridad, disfrutan el primer sol de la temporada, incluso organizando botellones, y parecen vivir en el mundo previo a la pandemia, para ellos es como si no hubiera pasado nada.
Y para rematar están los políticos. Pensando solamente en quién gobierna la pospandemia. Repitiendo mensajes acartonados, de manual, mintiendo descaradamente, sin importarles el que se lo echen en cara. Es la nueva comunicación política, la que han puesto de moda los exitosos populistas y que ya influye a todos, o a casi todos.
Recuerda Orhan Pamuk que en todas las epidemias se repite, primero la negación del peligro y la distorsión de los datos. Y la otra reacción es la circulación de rumores y bulos. A que nos suena. Ya lo cuentan Daniel Defoe en ‘Diario del año de la peste’ (1722) o Alessandro Manzoni en ‘Los novios’ (1842).
Ángel M. Alonso Jarrín
@AngelM_ALONSO