Diario del coronavirus (7)

Tanto silencio deja escuchar mucho ruido. Después de no sé cuántas semanas en silencio casi se agradece el regreso de sonidos cotidianos. Los niños con sus padres en semilibertad, aunque algunos se han olvidado de las mascarillas y de la distancia preventiva, incluso del miedo al contagio, supongo, tal como se les ve por la calle. Y los sonidos que vendrán el próximo fin de semana. Ahora todo son planes, como antes. No, como antes me temo que no, porque ya casi nada va a ser como antes. Un paseo, un poco de deporte es a lo mucho que se puede aspirar. Y para más adelante, cuando consigamos saber en qué fase del desconfinamiento estamos, y qué se permite hacer en ella, otras cosas más excitantes, incluso rozando la aventura, como cruzar de una provincia a otra o intentar comer en un restaurante.

 

Esos sonidos que han vuelto o soñamos con recuperarlos nos van sacando de ese silencio del confinamiento, tan lleno de ruido. La pandemia nos sorprendió cuando esperábamos la primavera y nos dejó encerrados en casa, con las pantallas como única conexión con el exterior, como único entretenimiento. Ya se sabe que cuando no sabemos qué hacer encendemos el televisor o, más habitualmente desde hace unos años, el móvil. Y nos hemos dejado asaltar por todo ese griterío que trajo el silencio del confinamiento. Los gritos de Jorge Javier Vázquez o los enredos de los supervivientes y MerlosPlace. Eso por el lado frívolo o incluso hortera. Los que no han quedado atrapados en la evasión del reality o las series se han dedicado a la conspiración. El griterío político alimentado por las redes sociales, con una capacidad para producir bulos asombrosa. El Gobierno nos encerró en casa y diseñó larguísimas comparecencias para tenernos entretenidos ante el televisor, con sesiones de mañana, tarde y fin de semana. Y los enrabietados con su falta de previsión y fallos en la gestión de la crisis comenzaron a llenar las redes de contrapropaganda. Todo parece indicar que van ganado los malos. Predomina la evasión zafia y la política de confrontación, la nueva comunicación alejada de los hechos, que busca la división y llevar el debate a los extremos.

 

El espectáculo solo deja resquicios para ver un momento, por ejemplo, a la consejera de Salud de Castilla y León, Verónica Casado, médico de familia, llorando sin poder continuar recordando, nombre a nombre, los sanitarios fallecidos: “Isabel Muñoz, Antonio Gutiérrez, Luis Fernando Mateos…”. Y así podría haber continuado hasta muchos más de 20.000, si hacemos la lista completa de víctimas de la pandemia. Con razón dijo: “Cuánto lo siento”. Nos estaba sacando de nuestro ensimismamiento.

 

Va a ser difícil atender la sugerencia de J. Joyce: “Ya que no podemos cambiar el mundo, al menos cambiemos la conversación”.

 

Ángel M. Alonso Jarrín

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