Diario del coronavirus (5)

Escribo estas notas mientras al otro lado el día tiene una cara ofuscada, parecida a la de la mayoría de los que lo miramos desde dentro, tras los cristales de las ventanas. La única manera de mirarlo desde hace… Cumplimos un mes en estado de alarma. Una cosa más que figuraba en las leyes, aunque la mayoría ignoraba que existiera y, sobre todo, a nadie se le pasaba por la cabeza qué podía ser. Tampoco que una pandemia nos hiciera contar el número de muertos por miles y nos dejara en casa sin tener idea de cuándo saldremos. Nos hemos pasado una década de estupor político y económico, repitiendo una y otra vez que era la primera vez que pasaba tal o cual cosa, llenando la agenda de días históricos, y, de repente, nos ha dado una bofetada algo que sí era realmente inesperado. Se nos ha caído de golpe nuestra soberbia de especie, y también la de occidentales desarrollados.

 

Entre el asombro y la tristeza infinita que provocan las cifras un día y otro intentamos volver a aprender cómo vivir. Cómo vivir recluidos y cómo vivir después. Sabemos todavía tan poco, pero parece que algunas cosas ya no volverán a ser como antes.

 

Escuchaba al peculiar Miguel Ángel Revilla, presidente de Cantabria, vaticinar que, en el mejor de los casos, a finales de junio “todos -básicamente españoles, los extranjeros no vendrán- con mascarilla en la playa”. Eso es tremendo para España, pero casi lo de menos si hay que imaginar una nueva forma de organizar el trabajo, los flujos comerciales, la relación social o el ocio. Demasiadas cosas.

 

Y mientras tanto con el móvil todo el día, entre memes y bulos, preguntando “cómo estáis”, “todo bien” a unos y a otros. Hablo con Manolo Lama, que sigue confinado, pero aguantando, sin problemas. Reinventando otra vez la radio deportiva con el empuje que le caracteriza a pesar de estar los estadios vacíos. Y con David Tejera, que lo ha pasado peor, coincidiendo además con los días de saturación hospitalaria en Madrid. Lo ha contado él mismo ahora que ya está remontando: “Entras en una gran sala de urgencias. Abarrotada. Es como las escenas de guerra. Cuerpos derrumbados en camas, sillones. Sufrimiento por metro cuadrado. Muchos tosen, otros tiritando, otros piden ayuda porque se ahogan, y otros se dejan caer, vencidos por la fiebre y el miedo”.

 

Mejor terminar hoy con Paco García Martínez, o ‘Quillo Adams’, al que he vuelto a ver tocando la guitarra y cantando ( https://bit.ly/2V6r9oS), dando ánimos. De eso se trata.

 

Ángel M. Alonso Jarrín

@AngelM­_ALONSO

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